No es una novedad decir que esta es la primera pandemia vivida en tiempo real por todo el mundo. Aunque varias de las anteriores tuvieron dimensión mundial, quienes las sufrieron las veían en su dimensión local y solamente con mucho retraso llegaban noticias de otros lugares en los que vivían situaciones similares. Esta diferencia ha sido fundamental para que, a un mismo tiempo, se presenten dos hechos contradictorios. Por un lado, como ocurrió antes, han surgido las más variadas visiones apocalípticas que anuncian un futuro tenebroso para la humanidad. Por otro lado, hay quienes consideran que, precisamente por vivirla mundialmente en tiempo real gracias a las comunicaciones y a la globalización, la pandemia ha ayudado a abrir una ventana desde la que se puede mirar el mundo en positivo.

Dos aspectos de esta mirada optimista deberían ocupar el centro del debate en nuestro país, que está a punto de salir de un Gobierno que no da pie con bola y comenzar otro que, sea quien sea el triunfador, no ha anunciado cómo enfrentará este asunto. El primero es la experiencia de los demás países, tanto de los que hacen bien las cosas, como de los que las hacen mal. De ambas se debe aprender y, hay que insistir, se lo puede hacer en tiempo real. Es suficiente con tener las antenas dispuestas y el discernimiento sin ataduras para separar el trigo de la paja. El segundo es mucho más concreto y es que, gracias a los avances científicos, esta pandemia terminará más pronto de lo esperado. Las vacunas (así, en plural) están disponibles y solamente se requiere tomar decisiones. Ahí, en esas decisiones, radicará la diferencia entre los países que superen exitosamente el problema y los que se queden entrampados.

La primera decisión, la de carácter económico, aparentemente ya fue tomada por el Gobierno nacional. En noviembre del año pasado, hace más de tres meses, anunció la asignación de alrededor de doscientos millones de dólares para vacunar al 65% de la población. Se supone que la siguiente decisión debía ser la de carácter operativo, consistente en la compra, importación y aplicación de las vacunas. Pero, después del papelón del ministro con un mínimo lote que apenas equivale a una muestra gratis, el proceso se estancó. Cabe suponer que los recursos están reservados para este fin y que todo depende de la voluntad y de la capacidad de ejecución. Es probable que la voluntad sí exista, pero que falte capacidad.

Para superar esa inacción cabría repensar la modalidad con que ha venido actuando el Gobierno. Hasta el momento únicamente se ha pensado en la acción estatal por medio del sistema nacional de salud. Más allá de ideologías y dogmas, sería conveniente considerar la participación del sector privado, tanto en la importación (aunque formalmente corra a cargo del Gobierno), como en la aplicación de la vacuna. De esa manera se contaría con mayores recursos, se aceleraría el proceso de inmunización y se ampliaría significativamente la población atendida. Incluso, adoptando la idea que el Gobierno chileno dejó de lado por la presión xenófoba de un grupo de extrema derecha, se podría ofrecer un plan de turismo antiviral. Se solucionaría el problema interno y ayudaría a reactivar la economía. (O)