Con seguridad muchos de ustedes han experimentado momentos de angustia en el trabajo, en el hogar, la universidad o en sus negocios, generados por diversos motivos, que muchas veces no podemos controlar.

Les contaré las historias de mi hermano mayor Carlos y de mi hija Andrea.

Carlitos –como le decíamos con cariño, por las secuelas de su poliomielitis infantil– tenía grabada en su mente la frase “No hay tiempo que perder” y, mientras algunos de sus allegados se quejaban por todo (por el Gobierno, el país, la inseguridad, los políticos, el trabajo), él se educó, primero en el Colegio Cristóbal Colón y luego en la Universidad Católica, graduándose con honores.

Navegar contra el viento

Esperanza y propósito

Desde muy joven, Carlitos tenía en su ADN el gen del emprendedor, porque “no había tiempo que perder”, e inició varios negocios que fueron exitosos, uno de ellos una agencia de viajes que perdura y es manejada con éxito por mi hermana.

En los últimos ocho años he tenido la suerte de asesorar a mi hija –que tiene el ADN del emprendimiento de sus tíos– en un negocio cuyo concepto y marca los creó ella.

La propuesta de valor inicial de Sailor Coffee como cafetería de especialidad hace poco cambió a la de un restaurante de especialidad llamado Sailor. Andrea ha tenido la suerte de contar con su madre, quien administra el negocio cuando ella no está en el país.

Un buen día, ella decidió aprender a elaborar tazas de cerámica de colores vivos y diseños innovadores, de las que he comprado todos los modelos, porque lo que más me impresiona es su creatividad al poner un mensaje diferente en el fondo de cada una.

Estos son algunos de los mensajes: “a) Haz más de eso que te hace feliz, b) I am a lucky girl, c) Una lloradita y a darle, d) Un día a la vez”.

Esta última frase es mi favorita porque, así como ustedes han pasado momentos duros, nosotros también. Y siempre digo cuando enfrento retos o problemas: “Un día a la vez”.

Carlitos luchó contra la adversidad desde los cuatro años, cuando le dio la polio infantil, porque no había vacuna, pero él con su pensamiento de “No hay tiempo que perder” y el lema de su sobrina que no conoció, “Un día a la vez”, logró todas sus metas con gran actitud, alegría, respeto por los demás, inteligencia, ética, transparencia, honestidad y capacidad de emprendimiento.

En mi familia demostramos que, sin importar la situación política o económica del país, seguimos tomando riesgos, realizando inversiones, trabajando en empresas, creando trabajo, cumpliendo con las leyes, aunque sí nos gustaría que haya más seguridad para trabajar, menores tasas de interés, más crédito, más empleo, que el sistema judicial mejore mucho y que la seguridad social funcione bien.

Luchemos un día a la vez, cooperando en la familia, en las empresas, en los barrios, en las ciudades y en el Estado, para volver a ser un país de paz y trabajo, pero también fijémonos metas anuales con el desafío de cumplirlas. (O)