Este verano, una desafortunada combinación de ingredientes financieros, burocráticos y sentimentales me han dejado varada en Alemania. Circunstancias fuera de mi control han decidido que no visitaría a mi familia en Ecuador ni me escaparía de Leipzig en busca de aventuras. Me siento detenida en una ciudad silenciosa.

A orillas del mar

Desde mi prisión reflexiono sobre las razones y formas de transporte que los seres humanos inventamos urgidos por esa necesidad imperiosa de ir y volver, explorar, descubrir lo que se encuentra más allá del horizonte. Quizá nos haríamos un bien quedándonos donde estamos, viajando con la imaginación o disfrutando de la belleza al alcance de la mano. Pero nos seduce la idea de mirar con nuestros propios ojos si de verdad existe esa olla de oro al final del arco iris. Nos seduce en exceso.

Este verano en España miles han salido a las calles a protestar contra el turismo masivo que está deteriorando la calidad de vida de la población local. El modelo de Airbnb dispara los precios del alquiler y ocupa viviendas necesarias para la gente de la ciudad. A eso súmenle la escasez de agua en zonas de España que ya de por sí sufren de sequía y deben proveer agua para millones de turistas. Por no hablar del ruido, el daño medioambiental, etc.

Pienso, pero no existo

Los aviones son cómplices del turismo masivo y sus emisiones, contaminantes. Así que los activistas de Última Generación ocuparon recientemente el aeropuerto de Fráncfort para sabotear el transporte de miles de pasajeros. Pero mientras que algunos se iban de vacaciones “sin consciencia ecológica y social”, otros, los migrantes, se disponían a visitar, locos de ilusión, a esas familias y amigos a quienes con tanto dolor abandonaron el día en que decidieron, o se vieron obligados, a migrar.

Volamos en aviones por placer, por necesidad, por ambas cosas en distintas proporciones. Las distancias se han acortado de manera antinatural gracias al milagro del transporte aéreo, y aun así para mí visitar el Ecuador se ha vuelto casi imposible. Ni siquiera en esos portales con nombres como vuelosbaratísimos.com encuentro alguna tarifa que multiplicada por los miembros de mi familia no me siga arruinando financieramente. Cuánto dinero he gastado en estos años motivada por ese anhelo de volver al hogar. Quizá hubiera podido comprar un departamento o cinco carros. Vivo en un piso de alquiler y me transporto en bici, tranvía y a pie. Cuando mi vecina juzgona me comenta que no viaja en avión porque es “pésimo para el medioambiente”, yo le respondo que no ver a mi gente ecuatoriana en tres años es pésimo para el corazón.

Sentirse viva

Lo que daría porque fuera posible viajar a Ecuador en tren, arrullada por su cadencia y los paisajes alternándose como si las ventanillas fuesen pantallas de cine silente a todo color. Pero hasta los trenes están en crisis este verano. Como ahora mismo en Francia, donde una serie de ataques coordinados contra las vías y sistemas de comunicación de los trenes de alta velocidad que salen de París dejarán a 800.000 pasajeros varados este fin de semana, incluyendo los que esperaban asistir o participar en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos. Aguafiestas. (O)