A pocos días de los comicios para la elección de presidente y vicepresidente, la forma de selección que se dio en la primera vuelta, por parte de los electores, no va a ser necesariamente la misma.

Como los votos no son endosables, no es fácil sumar y restar voluntades suponiendo que los que apoyaron a uno u otro candidato, por tendencia irán ahora con uno de los dos que se disputan la llegada a Carondelet.

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Dependiendo de los votantes, para lo cual se debe considerar, además, sus edades y formación, las decisiones que se tomen al respecto debieran girar no en las promesas que nos hagan, sino que debemos prestar mucha atención al cómo van a hacer realidad esas ofertas.

Ante la difícil situación que estamos viviendo, donde la inseguridad, el desempleo, el narcotráfico, la corrupción y la delincuencia común –por nombrar solo los factores más importantes– son temas muy difíciles de manejar y no se pueden solucionar de la noche a la mañana, tenemos que exigir factibilidad para los planes que, para combatirlos, han expuesto los candidatos.

Es tan aguda la crisis que no tenemos tiempo que perder. Nos aterra pensar cómo se van a atender las necesidades básicas del pueblo considerando que tenemos dos problemas adicionales: el fenómeno de El Niño, que incrementará el número de personas que no tienen cómo alimentarse, no solo en Ecuador, sino en el mundo, y el hueco financiero que va a provocar la paralización de la explotación del ITT, vistos los resultados de la consulta popular.

Es tan aguda la crisis que no tenemos tiempo que perder. Nos aterra pensar cómo se van a atender las necesidades básicas...

Lo que debiera hacer, quienquiera que se alce con la banda presidencial, es sentar las bases, a través de una planificación muy bien proyectada, con el apoyo de expertos en las distintas materias, para que el país tome su cauce hacia un crecimiento económico que no ha tenido en el último año y se empiecen a eliminar paulatinamente los grandes enemigos antes señalados. Si no existe esa planificación sustentada en realidades, no podremos salir adelante pese a las buenas intenciones que se tenga. Gobernar un país no es nada fácil. Por tanto, no debiera ser para gente improvisada. Peor aún con un pueblo como el nuestro que parece sencillamente ingobernable, y más todavía con una Asamblea Nacional que será como una colcha de Bregué.

Cuando en 1966 se produjo una grave crisis política en el Ecuador, hubo un hombre, Clemente Yerovi Indaburu, quien en seis meses nos dio paz y puso las cosas en orden. Cuando se le propuso que se quedase en el poder, fue tan honesto que dijo que su periodo era solo de un semestre. Fruto de ese corto gobierno se expidieron dos leyes extremadamente importantes, la ley notarial y la de registro.

Por ello, es necesario también contar con la voluntad de la Asamblea Nacional para que colabore no con el primer mandatario, sino con el pueblo que los ha elegido y se hagan las leyes necesarias o se reformen las existentes, como el Código del Trabajo, si se quiere aumentar el empleo.

Y, lo más importante, que se llame a consulta popular y se dicte una nueva Constitución para corregir las imperfecciones de la actual.

No nos dejemos convencer solo por las promesas. Veamos los cómos. (O)