En una atmósfera de zozobra y miedo, con un candidato asesinado que todavía enluta al Ecuador, con otros candidatos que pasaron cerca de balaceras o estuvieron cerca de ellas, y con los temores de que un atentado pudiera empañar las elecciones, el pueblo ecuatoriano mostró una vez más su vocación democrática, en la cual la fe en el valor del voto y la esperanza de mejores días para la patria derrotaron a cualquier otro sentimiento.

Estas fueron unas elecciones inéditas. Fueron convocadas después de la primera ocasión en que un presidente de la República, en ejercicio de las facultades que le otorga la Constitución, disolvió la Asamblea Nacional, y siguiendo también el mandato de la Constitución, el CNE convocó a elecciones generales para presidente de la República y legisladores.

Fueron también elecciones en las cuales el nivel de conocimiento previo de los candidatos era muy bajo; de hecho, el más bajo de la historia. Se añade a esto la extremadamente corta campaña y, por supuesto, el hecho perturbador de la muerte de Fernando Villavicencio, que enlutó y que sigue enlutando a todo el Ecuador.

Finalmente, fueron elecciones en las cuales se mezcló el tema de los comicios con el de la desafortunada consulta popular sobre el Yasuní, la cual por su resultado afectará gravemente la economía del Ecuador.

Es por este conjunto de factores que las preferencias electorales fueron tan volátiles y que, como nunca antes en la historia, el nivel de indecisión hasta el último día fue sumamente alto, posiblemente el más alto de la historia electoral del Ecuador.

Pero con todos estos elementos, el pueblo ecuatoriano se pronunció, y como debe suceder en toda democracia, ese pronunciamiento se tiene que aceptar.

Los dos finalistas representan extremos en cuanto a las propuestas. La primera, Luisa González, un reiterado llamado a mirar al pasado: su eje de campaña fue “Ya lo hicimos”. La segunda propuesta, de Daniel Noboa, es por la modernidad, por atraer a la juventud, por mostrar preparación académica y conocimiento.

La estrategia de doña Luisa, que no es seguramente de ella, la minimizó, no dejó ver el valor de la candidata, pues la hicieron aparecer sus estrategas como el parlante de una cúpula que desde el exterior sencillamente apretaba un botón para que ella pudiera repetir lo que se le decía. Mucha gente, entonces, no pudo medir si ella realmente es o no una persona valiosa. En esto el correísmo olvidó que, a pesar de tener un sólido piso, también tiene un sólido techo, y se encasilló en reforzar el piso y no en ver cómo subir el techo.

El candidato Noboa reconoció las realidades del mundo político moderno y de los procesos electorales actuales, donde la gente no vota por partidos, no vota por ideologías, y que tiene todo un conjunto nuevo de valores y de modos de ser por los cuales se mueve el momento de votar. Fue, por lo tanto, un político de este tiempo, y demostró una gran habilidad en formar un equipo, en tener una disciplina de campaña y en lograr un objetivo final, que era estar en segunda vuelta.

Estamos, entonces, en una segunda vuelta entre una candidata que depende de una cúpula que está en el exterior y un candidato con motor propio y habilidades políticas que sorprendieron a todo el país.

Nos tocará decidir entre la dos opciones, pero lo que debe quedar claro es que cualquiera que llegue a la Presidencia de la República tiene la obligación de llamar a los ecuatorianos a buscar una unidad de propósitos, a lograr una agenda nacional que permita atacar los enormes problemas estructurales, que requieren una acción que va mucho más allá del Gobierno de turno y que involucran a todos los sectores: seguridad, subsidios, sistema de pensiones del IESS, Issfa e Isspol, tasas de interés y todos los demás que exigen una solución urgente.

Ganó la democracia, perdieron los que siembran el terror, y esto ciertamente nos devuelve algo de esperanza. (O)