Desde que comenzó la crisis política y económica venezolana los avances en el diálogo político y la promoción de la integración logrados en la primera década de este siglo han sufrido golpes durísimos. La responsabilidad por el abatimiento de Unasur, la erosión y debilitamiento de la Celac, por ejemplo, son compartidos por las fuerzas y gobiernos de izquierda, al igual que las de derecha en estos últimos quince años. La creación de estas dos organizaciones respondía al anhelo de producir espacios pluralistas que permitieran la construcción de posiciones internacionales comunes, dentro de una lógica de respeto democrático de los procesos nacionales y de la producción de espacios para la integración.

La crisis económica global que se inicia el 2008 golpea a América Latina en los años 10 del siglo XXI, la insatisfacción de los electorados que deviene de ella confronta a los Gobiernos. La crisis es especialmente dura con Venezuela, sus productos de exportación caen en los mercados internacionales, pero las respuestas gubernamentales son básicamente ideológicas. Finalmente, el régimen se protege a toda costa y entra en una espiral de decisiones que terminan agotando a la economía, por una parte, y a la legitimidad heredada de Chávez por otra, a lo que se suma una batería de sanciones frente a la deriva autoritaria. Ante el cuestionamiento a la vigencia de la democracia, y a la explosión de muchos episodios violentos, numerosos intentos de mediación terminan fracasados, entre ellos los del mismo Vaticano.

Le región no se polariza frente a Venezuela, se fragmenta. Lo vemos hoy, luego de las muy cuestionadas elecciones recientes. Hay un grupo de países, de diversa orientación ideológica, que duda radicalmente del proceso; hay otro que respalda sin condiciones al jefe de Estado venezolano, y también hay un grupo intermedio que, al igual que Santo Tomás, se ha orientado alrededor del “ver para creer”, y requiere la publicación de las actas para confrontarlas con las de la oposición, pero mientras más tiempo pasa más difícil es que el milagro se produzca. Si esas actas aparecieran luego de varios días obviamente serían sospechosas.

Condiciones mínimas para legitimar esa elección podrían ser: la publicación y verificación de las actas, la intervención de un colectivo internacional técnicamente incuestionable, la reconstrucción del diálogo interno en Venezuela, la constitución de espacios legales de impugnación para las partes, la renuncia al uso de la fuerza por parte de los contendientes, y la preservación del proceso electoral de intereses geopolíticos regionales (Argentina, Brasil, Colombia, México) y extrarregionales (EE. UU., China, Rusia, Irán) como condiciones que permitan la distensión y la negociación interna. Estos elementos han sido generados por Juan G. Tokatlian y Daniel Zovatto. Todos esos puntos son muy difíciles, sino imposibles de alcanzar. El Gobierno de Venezuela nunca ha sido permeable a esas oportunidades. Desafortunadamente parecería que esa sociedad continuará sufriendo las sanciones económicas internacionales, los migrantes seguirán con su tragedia de miseria, y el sufrimiento de la gente será nuevamente el alimento de la retórica de políticos insensibles e irresponsables. (O)