Si pasáramos revista a los sucesos de la historia universal en estos últimos 240 años, tendríamos sorpresas al comprobar lo poco que duraron algunos sucesos que se creían de influencia duradera. En este lapso ocurrieron la Revolución francesa, la independencia de los EE. UU., la de los países latinoamericanos, la Revolución bolchevique, dos guerras mundiales, la disolución del Imperio Británico, la caída de la Unión Soviética, la revolución comunista de Mao en China y el advenimiento del comunismo “a la manera china” de Deng Xiaoping. Dos guerras limitadas en Corea y Vietnam, otras en Afganistán y en Oriente Medio. Distintos sistemas de gobierno, desde la Primera República en Francia que devino en el Imperio Napoleónico, que duró tres lustros, hasta la genocida y criminal tragedia del nazismo en Alemania.
Al comenzar este siglo y como una muestra infame del fanatismo islámico, la destrucción de las Torres Gemelas en Nueva York nos alertó de ese nuevo peligro que permanece latente y subrepticio. Distintas formas de gobierno, desde la monarquía absoluta y parlamentaria, hasta los abusos de tiranos como Stroessner en Paraguay, el chivo Trujillo en República Dominicana, pasando por los Somoza y los Ortega en Nicaragua, hasta llegar a Maduro en Venezuela.
En estos últimos años, en una reacción de tiempos críticos, nosotros le echamos la culpa de nuestros males al sistema democrático y no faltará algún inspirado que trate de inventar uno distinto. Hagamos un alto y preguntémonos si la democracia funciona bien en alguna parte y la respuesta en que sí. Con defectos, asesinatos de presidentes, dirigentes incapaces y perversos en una mezcla muy humana de personas, con una mayoría de buenos ciudadanos respetuosos de las leyes y del sistema capitalista, podemos decir que la democracia funciona en los Estados Unidos. Ya lo escribió Alexis de Tocqueville en el siglo XIX. Encontró que la fortaleza radica no tanto en el congreso ni en la presidencia sino en los jueces. Él dice que los jueces hacen política de la mejor manera, que en sus sentencias habita la justicia y que, siendo aplicables a una causa particular, el conjunto hace que los ciudadanos se sientan respaldados por la autoridad de la ley y de esta certeza resulta una sólida práctica de la democracia.
Nos lo enseñó Pericles en el Discurso del Funeral, pronunciado con motivo de homenajear a los jóvenes caídos en la Primera Guerra del Peloponeso, cinco siglos antes de Cristo: que los atenienses practican una forma de gobierno llamada democracia porque el gobierno reside en la mayoría de los ciudadanos y resalta la virtud que es base del sistema: el respeto. Respeto a las leyes, a las costumbres de los antepasados, a la autoridad; a los derechos de los otros, del vecino a quien no miramos mal si hace algo que nos desagrada.
Regresando de estas alturas de pensamiento a nuestro pequeño país, deberíamos esforzarnos en hacer que la democracia funcione, nada más que respetando, como dijo Pericles. Busquen la única versión que ha trascendido las edades en el libro de Tucídides.
Ama al prójimo como a ti mismo, predicó Jesús de Nazareth. Es la virtud. (O)