Sí, ¿qué pasa con las instituciones?, ¿qué ocurre con el estado de derecho, con la legalidad, la política y el principio de autoridad? ¿Existe representación en la Asamblea Nacional? ¿La soberanía popular es una realidad efectiva, o es una ficción a la que se acude para legitimar el poder? y, lo más importante, ¿sirve el Estado a la sociedad, se justifican los impuestos que se cobran y cuyo destino concreto, casi siempre, se pierde en las nebulosas de la burocracia y en las “sabias” razones de los agentes del respectivo gobierno?

Nuevo fiscal general con probidad notoria

Las instituciones, según se dice, son la piedra angular de los regímenes modernos, el sustento de la democracia, y son, además, el argumento de todos los analistas que circulan en la televisión, la prensa y las redes sociales. Las instituciones son la apelación definitiva en cualquier debate y la tesis frente a la cual no hay más que decir. No hay instituciones, y fin del tema.

Selección: fiscal y jueces

Sin embargo, ¿qué son realmente las instituciones? Acaso, ¿son entidades burocráticas, espacios de poder, organizaciones enredadas hasta el infinito en sus propias reglas, estructuras que dan espacio a los innumerables empleados que consumen el presupuesto del Estado? ¿O tal vez son ese mar sin fondo en el que se ahogan los reclamos y mueren los derechos? ¿Tienen relación estos vaporosos, y nunca bien definidos dinosaurios, con la seguridad de la gente, con la certeza de nuestros destinos, con el rigor de las leyes, la validez de las sentencias y el respeto a los contratos?

Fin de una era

La verdad es que las instituciones, como tantos otros temas, se han convertido en un lugar común, en un tópico vacío, en acápite de un discurso. Las instituciones, antes que con las leyes, tienen que ver con las reglas de comportamiento social, con los valores, con el carácter de una sociedad y su cultura. ‘Barbarie’ significa ausencia de valores, orfandad institucional, negación de los acuerdos básicos que limitan la arbitrariedad. La civilización implica límites morales, compromisos que frenan, autoridades que responden, sentido común y buena fe. Significa democracia entendida como consensos básicos y tolerancia y, como dijo la escritora Irene Vallejo, en un libro formidable, significa una conversación interminable, una red de acuerdos y entendimientos tejidos por la gente y no necesariamente por el poder.

¿A qué van?

Las instituciones, no los ministerios ni los ogros burocráticos, nacen y prosperan en la sociedad, y generan la necesidad de tener leyes. Están determinadas por la cultura. Por eso, no se pueden sostener democracias liberales en sociedades autocráticas, ni se puede pretender que con la Constitución se invente el estado de derecho. Esa es la lucha de fundar repúblicas en mundos con vocación autoritaria, como América Latina; por eso, retoñan con tanta facilidad las dictaduras, y por esa falta de cultura y de vocación liberal, los intelectuales de estas tierras deliran con totalitarismos, y se acomodan en las poltronas de dictadores abusivos.

Es la hora de competir para triunfar

Nuestras repúblicas son tan precarias, tan ficticias, porque no hay instituciones, tampoco hay la cultura en que ellas prosperan. (O)