Podríamos hablar de las absurdas posiciones sobre eliminar la tabla de consumo, podríamos conversar en este espacio sobre la violencia que nos embosca en cada esquina, tal vez deberíamos hablar sobre el presupuesto general del Estado, o de la boda apedreada en redes sociales por los nuevos expertos en turismo y beneficencia, y que ahora son ofendiditos por algo que, para ser honesto, no nos debe importar.

Pero para serle sincero, querido lector, hoy no.

Hoy quiero ser un piloto de guerra, con su avión dañado en el desierto, mientras aprende de filosofía y cómo funciona de verdad la vida, de la mano de un pequeño niño rubio que vivía en un asteroide apenas más grande que él.

Hoy quiero ser un joven Montesco, perdidamente enamorado de una Capuleto, que entre disputas, esgrima y romance se funden en un amor eterno de la manera más trágica que una mente pueda imaginar.

Hoy quiero ser un apasionado abogado en Alabama, defendiendo los derechos de un “hombre negro”, mientras todos me acusan con el dedo por ser “amante de negros”, enfrentando un juicio inconforme mientras me repito en la cabeza lo que me dijo Atticus… sería tan malvado como matar a un ruiseñor.

Hoy quiero ser Zaratustra, mientras desafío al sol y le pregunto de la razón de su existir, si es que no nos tuviese a nosotros, a quienes ilumina, quiero bajar de la montaña y hablarles del superhombre.

Hoy quiero ser un elegante londinense, en conquista de una de las hijas de la familia Bennet, desatando una historia de orgullo y prejuicio hasta encontrar el verdadero amor.

Hoy quiero contar la historia de cómo escapé de un campo de concentración nazi, viviendo los peores horrores que usted se pueda imaginar, mientras el ángel de la muerte me usaba para sus oficios de casa, hasta que un día militares extranjeros lograron sacarme de los hornos de

Hitler.

Y así podría pasarme contándole historias, de Macondo, de los amores que viví en los tiempos del cólera, o de las memorias que me contaban mis putas tristes.

Pero no quiero quitarle aquella oportunidad de darle la vuelta al mundo en ochenta días, de la mano de un libro, esa arma mortal contra la ignorancia y el fanatismo.

Porque, mi querido lector, el libro rompe cadenas y libera el alma, le permite viajar al centro de la tierra, pasear en un submarino, dialogar con un sobreviviente, soñar con un mundo mejor. Porque sencillamente la vida no es de tonos grises, es multicolor, y la tonalidad se la dan las historias que leemos y lo que aprendemos de ellas.

El libro es aquella columna donde reposa la poesía de Neruda, las historias de García Márquez, los pensamientos de Heidegger, los tormentos de Palacio; donde reposa la mismísima humanidad.

Como dicen, somos el resultado de los libros que leemos, las personas a quienes amamos y de los cafés que bebemos mientras conversamos. Porque para temor del poder y sus contradicciones, no existe nada más peligroso que un lector. (O)