Jesús tiene 11 años. El pasado 22 de diciembre, mientras jugaba en un parque cercano a su casa en el sector de Lotes con Servicio Alegría de Guayaquil, se encontró un objeto redondo, más pequeño que una naranja. Con la ingenuidad de un niño lo manipuló buscándole explicación, pero este le explotó y el pequeño perdió una mano, además de tener el rostro lesionado.

“Cuando íbamos en la ambulancia y él ya estaba consciente, me dijo: ‘Mamá, yo sé que no tengo mi manito, yo lo sé’”, relata con dolor la madre de Jesús, una de las víctimas de un explosivo en este mes.

El caso de Jesús es fortuito, pero en esta época las quemaduras o amputaciones a causa del uso de pirotecnia se vuelven frecuentes pese a las campañas de organismos de socorro.

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La experiencia de grandes incendios en sitios de almacenamiento de artículos explosivos; de heridos y hasta muertos por la manipulación inapropiada en años anteriores parecen no dejar una lección contundente en el país.

Una ordenanza municipal de Guayaquil establece las zonas no autorizadas para quemar años viejos. En redes sociales se observa a bomberos en campañas contra el uso de la pirotecnia, animalistas y veterinarias también advierten del estrés que causa en los animales y que provoca que muchos se pierdan tratando de huir.

Lo más efectivo para evitar incidentes por fuegos artificiales es la prevención. Los productos que contienen pólvora, como cohetes, fuegos artificiales, luces de Bengala, y otros, son peligrosos, debemos asumirlo por más que parezcan atractivos.

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Los ciudadanos debemos tomar conciencia y cuidar a los nuestros.

Más allá de que está bajo el control del Ministerio de Defensa la exportación e importación de pirotecnia y explosivos y de que el Código Orgánico Integral Penal habla de sanciones hasta de cinco años para quien fabrique, comercialice o transporte sin autorización explosivos, como comunidad procuremos un fin de año en que la prevención permita disfrutarlo mejor. Todo es cuestión de decisión. (O)