SANTIAGO, Chile

Que el sistema financiero chileno es ejemplar, que el modelo de inversiones es un referente para la región, que los empresarios chilenos destacan por sobre los vecinos gracias a su emprendimiento, rectitud y visión. Todo eso es cierto y, sin embargo, puesto en duda luego del escándalo financiero más importante de las últimas décadas, en donde un grupo de ejecutivos, de una multitienda (tienda de departamentos) dieron el golpe de estafa más grande y vergonzoso para una sociedad acostumbrada a destacar por los buenos resultados y funcionamiento de sus instituciones. Si bien el escándalo de La Polar lo comparan al de Enron, incluso al de Madoff, poco a poco ese manto de duda empieza a caerse porque todo indica que es un hecho aislado y que poco refleja la forma de hacer negocios en Chile.

Todo empieza con un modelo de negocios muy agresivo y particular: darle créditos de consumo al grupo sin acceso a la banca. Es ese grupo, el más vulnerable en términos de estabilidad laboral, el que mediante los créditos de la multitienda acceden a compras y diferidos que de otra forma les sería imposible acceder. Siempre he pensado que como el sistema de cobros en Chile es tan feroz e intransigente, este modelo funciona, de lo contrario la morosidad implica una serie de trabas en otros ámbitos muy difíciles de sortear. Sin embargo, lo que hizo La Polar fue repactar las deudas que tenían las personas de manera unilateral, es decir nunca se enteraron de que en vez de adeudar 60.000 pesos (unos 120 dólares) al cabo de 3 años tenían deudas por sobre los 2.400 dólares, sin haber aceptado las condiciones impuestas por la empresa.

Rápidamente aparecen quienes vaticinan que el sistema no funciona, que el capitalismo salvaje es el gran responsable de todo esto, que la derecha chilena que está liderando las empresas es la que dejó pasar este fraude. Sin embargo alejándonos un poco de la efervescencia en la que los medios chilenos están insertos, lo más concreto y claro es que un grupo de inescrupulosos mintió, transformó cifras para ocultar información y quienes debían fiscalizar (en este caso la empresa auditora de gran prestigio internacional, el directorio que no opera pero sí dirige, incluso los bancos de inversión que recomiendan acciones) fueron ineficientes y probablemente con incentivos que poco ayudan a ponerle freno a este tipo de fraudes. Es justamente una situación atravesada por la falta de ética en los negocios, por el voraz exitismo que La Polar quería trasmitir para que sus acciones subieran, así los bonos de los ejecutivos subían y las ganancias subían. Es ahí en donde la discusión en Chile se centra hoy, porque refleja un sinnúmero de conflictos de intereses entre quienes administran, auditan, recomiendan las acciones en el mercado, las compran, etcétera. Y es que la cadena de beneficiados directa o indirectamente por el “supuesto” buen desempeño de la empresa es tan grande como la de los afectados por el fraude. La pregunta es dónde están los mecanismos para controlar la falta de ética y escrúpulos en un sistema financiero sofisticado como el chileno.

Al gobierno de Piñera se le exigirá doble intransigencia y dureza al momento de castigar o fiscalizar. El cuestionamiento general a la clase empresarial y que hoy es la que políticamente está al mando, puede ser una ventana interesante para observar las señales que permitan terminar este tipo de fraudes. En medio de una crisis de popularidad, Piñera podría dar un giro importante castigando a cercanos y no tan desconocidos por ellos.