Una columna de Mario Canessa del pasado 27 de agosto enjuicia severamente los problemas arbitrales surgidos en este tiempo. Este tema nos retrotrae a la época de años más felices en los que jamás se dudó de la capacidad y la moral de los árbitros. Algunos de ellos dejaron una huella muy profunda y sus nombres están ocultos por el olvido y la desmemoria.

Uno de los grandes logros de Manuel Seminario, en su presidencia en Fedeguayas, fue comentado por EL UNIVERSO el 23 de noviembre de 1923: “La Federación Deportiva Guayaquil, a instancias de su presidente Manuel Seminario, en vista de los continuos disturbios provocados por la actuación de referees improvisados y atendiendo a los reclamos e insinuaciones de la prensa, aceptó establecer la Escuela de Referees y se pidió que cada equipo envíe por oficio los nombres de los sportmen más preparados y aptos para que se dediquen al estudio”.

La escuela se inauguró el 1 de diciembre de 1923 bajo la dirección de Nicolás Parducci y de ella salieron los más connotados árbitros de las décadas de los años 20 y 30. Uno de los graduados fue el célebre Elí Jojó Barreiro, que debutó el 8 de septiembre de 1930 en un partido de serie B entre Unión Deportiva Española y Daring, aún cuando era centromedio de LDE en primera categoría. Fue tan bueno su desempeño que cuando se hallaba en la tribuna se acercaron a él los capitanes de Barcelona y Guayaquil Sporting, Manuel Murillo Moya y Silvio Marengo, para pedirle que dirigiera el cotejo entre ambas escuadras.

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Eran otros tiempos, otras costumbres, otra moral deportiva. Los jueces eran jugadores activos y cuando obtenían su carné nadie dudaba de su imparcialidad. Barreiro se retiró del deporte activo cuando en julio de 1940 llegó el equipo chileno Santiago Wanderers para medir a varios equipos guayaquileños. Los dirigentes locales y visitantes le pidieron que se pusiera el uniforme y dirigiera. También arbitró en Manta el cotejo entre la selección de esa ciudad y el Wanderers. Al término de la temporada todos felicitaron a Jojó por el conocimiento de las reglas y su honestidad.

Pese a la violencia con que se jugaba en el viejo estadio Guayaquil, era muy curioso que los jueces expulsaran a un futbolista. Las presiones y amenazas del público, los dirigentes o los jugadores los obligaban a revocar la sanción. Hasta que llegó el día de Jojó Barreiro. En un áspero duelo entre Panamá y Nueve de Octubre, el 1 de agosto de 1943, el octubrino Jorge Peralta fue agredido violentamente por el panamito Enrique Gorra de Paco Herrera, de grandes condiciones técnicas pero muy dado a las broncas. Ante la sorpresa general, Jojó ordenó la expulsión de Herrera, quien se negó a salir, pero pronto fue convencido por sus compañeros de que no buscara pleitos con Barreiro, conocido por su carácter, fortaleza y habilidad con los puños.

Minutos más tarde fue el otro Gorra de Paco, José Herrera, el que cometió una falta fuerte contra Romualdo Ronquillo y fue expulsado. El 2 de agosto de 1943, El Telégrafo comentó así en sus páginas deportivas: “Elí Barreiro rompió la tradición de los referees: expulsó a un player (...). Barreiro no hizo sino confirmar la opinión que sobre él vertieron los jugadores del equipo chileno Wanderers de que se trataba de un gran árbitro. Barreiro hizo valer ayer su jerarquía en la cancha: conocimiento de la materia, seriedad, autoridad absoluta para sancionar. Ojalá tuviéramos siempre jueces de esta naturaleza que no admiten lloriqueos de los dirigentes ni mucho menos tolerar groserías de los jugadores”.

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En 1942 fue nombrado para integrar como árbitro la delegación al Sudamericano de 1942 en Montevideo, pero se excusó de debutar internacionalmente por asuntos de trabajo. En su lugar se designó a otro recordado juez: Ruffo Murrieta Rodríguez. Este se había formado en la rígida escuela de don Alberto March, caballero español que tanto dio de su vida al fútbol guayaquileño. Era delgado, alto y en la época de un fútbol rudo. Tenía una fuerte personalidad, recio temperamento y un claro conocimiento de las reglas de juego. No pudo actuar en el Sudamericano de 1942, porque una trinca que manejaban el argentino Bartolomé Macías y el uruguayo Alberto Tejada se lo impidió. Iba a regresar sin su bautizo internacional cuando ocurrió el episodio anecdótico.

Arbitros graduados en 1950, en curso dirigido por Ruffo Murrieta Rodríguez, entre ellos Rafael Guerrero Parker. Foto: Cortesía

La representación nacional hizo escala en Buenos Aires. La acreditada revista El Gráfico (número 1180, del 20 de febrero de 1942) comentó así este episodio histórico para el referato nacional: “Se aprovechó la estadía en Buenos Aires de la delegación ecuatoriana que actuó en el Sudamericano de Montevideo para invitarla a presenciar un partido entre Ferrocarril Oeste y Banfield en el estadio de Caballito y también se dispuso solicitar al árbitro que integraba aquella simpática embajada de Guayaquil, señor Ruffo Murrieta, para que dirigiera el encuentro. Esta fue la nota más interesante del espectáculo ya que poco bueno se vio durante los noventa minutos en cuanto a fútbol se refiere. El Sr. Murrieta, no obstante su desconocimiento del ambiente y la impresión que en él pudiera ejercer el hecho de arbitrar un match entre los que se llaman maestros del fútbol, tuvo un desempeño acertado y mereció la aprobación general, especialmente en lo que se refiere al conocimiento de las leyes y la sensatez para aplicarlas”. Tal fue el concepto que mereció nuestro compatriota de parte de la más importante revista deportiva argentina.

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Rafael Guerrero Parker está también en la historia por haber sido el primer árbitro ecuatoriano en dirigir oficialmente un juego de Copa Libertadores. El 2 de abril de 1961 condujo Barcelona vs. Santa Fe, campeón colombiano, en el estadio Nemesio Camacho, en Bogotá. Guerrero era producto de una escuela que dirigía Ruffo Murrieta. Se graduó el 23 de diciembre de 1950. De su actuación diario El Siglo, al siguiente día, expresó: “Rafael Guerrero, presidente del Colegio de Árbitros del Ecuador, tuvo a su cargo la dirección del partido internacional en El Campín. Al finalizar los 90 minutos el saldo de su actuación fue bastante favorable, dejando una magnífica impresión entre jugadores, aficionados y directivos. En honor a la verdad no se puede pasar inadvertida la actuación del silbato ecuatoriano porque ello sería no reconocer los méritos de aquel. Nosotros, acostumbrados ya a ver por nuestras canchas ciertos silbatos que dan lástima, tuvimos ayer ocasión de conocer a un señor árbitro. Ni más, ni menos. Porque Guerrero sigue de cerca las jugadas, aplica exactamente la ley de la ventaja y conoce el reglamento al derecho y al revés. En estas breves líneas queremos reconocer la honradez, imparcialidad y conocimientos del árbitro ecuatoriano y felicitarlo sinceramente por su labor”. (O)