Hoy termina el 2023 y a la medianoche las calles porteñas se encenderán con la tradicional quema de muñecos y el estrepitoso ruido de cohetes y camaretas. La costumbre es caracterizar en los llamados años viejos, por lo general, a personajes populares, a repudiados y a políticos detestables, con fortunas sospechosas, fracasados y mentirosos. Es una especie de venganza social nacida del desaliento y la desilusión de toda la colectividad.

Tal vez debamos incluir en el futuro a quienes han llevado a Guayaquil a la muerte deportiva en medio de un furor de contrataciones para construir o reparar escenarios para la nada, pues no existen deportistas. Césped artificial y múltiples brochazos para un estadio en el que nadie juega un partido oficial. ¿Cuántos años hace que no hay un campeonato de fútbol de la Federación Deportiva del Guayas?

Los únicos usuarios de ese escenario son los rockeros y merengueros que lo alquilan para conciertos. Deportistas, ni uno. Hace 20 años que no circula un ciclista por el velódromo porque en Fedeguayas no existe ciclismo. En la pista atlética se invirtieron miles de dólares para que se ejerciten una docena de señores que buscan eliminar kilos de grasa. Se reparó el coliseo Voltaire Paladines, pero sus gruesos candados solo se abren para predicadores, eventos políticos u orquestas de reguetón.

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¿Hace cuántos años que no se juega un torneo de básquet de primera categoría? ¿No fue en el siglo XX que se realizó la última cartelera de boxeo amateur? El pugilismo profesional murió hace décadas cuando la propia dirigencia espantó a los promotores que llenaban el coliseo en cada cartelera.

Si me preguntaran qué año viejo quemaría primero esta medianoche, yo diría que a uno que personificara a los dirigentes de Fedeguayas, menos a uno que no tiene nada que ver con los desaciertos, el derroche y los abusos en que han incurrido en 2023, entre ellos la ocupación por la fuerza de las instalaciones de la Fundación Honorato Haro.

También encendería una gigantesca fogata para incinerar dos años viejos, uno amarillo y otro plomo y azul. Los papeles de Barcelona y Emelec han sido una vergüenza. Deplorables líos institucionales, procesos electorales tempestuosos, planteles llenos de mediocridades, derroches en contratos injustificables, renovaciones sospechosas en un eterno acreedor, pésimas campañas y un futuro nebuloso.

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Después de Nicolás Romero Sangster, Aquiles Alvarez Lértora, José Tamariz Crespo, Carlos Coello Martínez y Galo Roggiero Rolando hay muy poco que salvar en Barcelona. De equipo solvente pasó a ser el club más endeudado de la historia. De ser patrimonio del barrio del Astillero se convirtió en heredad del sector bonaerense de Avellaneda; del río Guayas pasó a domiciliarse en el de La Plata. Y su futuro parece que se pintará de celeste y blanco en reemplazo del querido oro y grana: un exfutbolista y otro que aspira a jugar hasta los 50 años, ambos argentinos, se preparan para dirigir los destinos del club símbolo del guayaquileñismo.

En Emelec queda como lastre el recuerdo de las tempestades soportadas en el año que termina y que por poco lo llevan al descenso. De haber sido un club formal, sin apremios ni escándalos dirigenciales; de haber tenido una década en el podio en el tiempo de Nassib Neme, se pasó a un 2023 lleno de errores y fracasos que deben ser subsanados si sus conductores quieren evitar un huracán grado 5. Primero, ordenar lo interno en administración y comunicaciones. Luego, evitar las disputas intestinas que resquebrajan el prestigio que aún queda. Y tercero, armar un equipo con buen juicio, sin apelar a futbolistas gastados caros o baratos.

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Guayas perdió su predominio en el ámbito nacional. A la unidad que es la fuerza de AFNA, que además tiene el manejo de la Federación Ecuatoriana de Fútbol aunque esta lo niegue, el balompié porteño luce impotente y desunido, sin fuerza y sin ideas. Las figuras de Roggiero y Coello en el plano nacional son gigantescas al lado de los dirigentes de hoy. Fedeguayas ya no produce figuras porque no hay campeonatos hace años. Barcelona y Emelec prefieren comprar antes que invertir en sus divisiones formativas.

No existen jugadores que atraigan como sucedía antes. Los muchachos de ayer íbamos a ver las diabluras de Enrique Pajarito Cantos, de José Vicente Loco Balseca y de Daniel Pata de Chivo Pinto; los golazos de Carlos Raffo y Simón Cañarte; las atajadas espectaculares de Pablo Ansaldo y Cipriano Yulee; la creatividad llena de talento de José Pelusa Vargas y de Jorge Pibe Bolaños; los taponazos feroces de Clímaco Cañarte y Washington Chanfle Muñoz; la gambeta endiablada de Tiriza y las chilenas fantásticas de Pedro Perico León y Víctor Ephanor. ¿Por cuál futbolista de hoy dejaría usted un compromiso familiar por ir a verlo jugar en la Liga Pro?

Quemaría con furia a un muñeco que personifique a los directivos de Conmebol, que no responden al pedido de nominar el trofeo al goleador de la Copa Libertadores de cada año con el nombre de Alberto Spencer, el máximo artillero de la historia con 54 goles. Tal vez tienen en manos algún jugoso negocio para ponerle el nombre de una marca comercial. Lo extraño y que merece repudio es el silencio de Francisco Egas y los dirigentes de la FEF. Ninguno ha respaldado la solicitud que ha merecido la adhesión total del periodismo uruguayo y solo a medias la del periodismo ecuatoriano.

Atilio Garrido, Alfredo Etchandi y Raúl Tavani, figuras consulares del periodismo deportivo de Uruguay, no logran comprender cómo colegas de nuestro país discuten la dimensión universal de Spencer y osan compararlo con futbolistas de limitada y hasta oscura trascendencia internacional. Todo se basa –se lo hemos dicho a ellos– en problema psiquiátrico más digno del diván que del comentario periodístico: un odio cerval a la historia, al pasado.

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Todo lo que ocurre hoy es sacralizado; lo que ocurrió ayer es demonizado. El goleador que fue comparado con Pelé y ubicado como un cañonero superior a Eusebio; el que fue clasificado entre Los Inmortales en el tomo 14 de la Enciclopedia océano del fútbol; el que figura entre los 100 mejores futbolistas del siglo XX; aquel que fue dos veces campeón del mundo con Peñarol; el que mereció de Pelé el comentario a Pablo Forlán de que lo superaba como cabeceador; el hombre que cambió el fútbol uruguayo con su velocidad, dominio del balón y sus goles espectaculares es desmerecido por jovenzuelos que aborrecen la memoria y forman una tribu denominada los mamertos.

“Antes el estúpido daba vergüenza, ahora se expone con orgullo y hasta te pagan por hacer estupideces. A eso le tengo mucho miedo y a que nadie diga nada (...), la viralización de la estupidez y la incultura me da pánico y tristeza”, ha dicho Martín Bossi, actor y cantante argentino. Les dedico esta cita a los mamertos antes de encender la fogata y quemar su rudimentaria intelectualidad y su abominación a los libros.

A todos los que quieran bien al deporte y deseen que algún día Guayaquil deportivo, Barcelona y Emelec vuelvan a la grandeza, mis votos de dicha y ventura para 2024. (O)