El Club Sportivo Independiente Rivadavia, de Mendoza (Argentina), acaba de ascender a la primera categoría del fútbol de su país, luego de 21 años. La noticia, aparentemente, no tiene ninguna trascendencia para el balompié de Ecuador, a menos que se revise la historia, esa ciencia que tanto detestan los bisoños comentaristas de hoy porque implica voluntad, dedicación, paciencia y mucho tiempo para examinar viejos diarios y revistas (ese tiempo que requieren para manejar sus celulares y tipear en los buscadores persiguiendo fórmulas tácticas para evitar el gol, el propio y el del rival).

Para quienes sí buscan la historia como esencia de ilustración y como fórmula para aprovechar sus lecciones escribimos esta columna. Porque Independiente Rivadavia, club con 110 años de vida, está unido a la historia de nuestro fútbol, el de antaño, el que también exportaba jugadores, no en la cantidad de hoy, porque no había empresarios y videos para negociarlos. Un club los veía en el césped y apreciaba sus virtudes, conversaba con el futbolista y le hacía una propuesta para que se quedara.

Eran canchas de tierra y pedruscos; no había maestros. Apenas si en 1925 la Federación Deportiva del Guayas (cuando tenía verdaderos dirigentes) trajo al técnico inglés Herbert Daynti, quien dejó provechosas lecciones.

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En 1927 llegó a Guayaquil el Colo Colo de Chile. Para entrenar con ellos se prestó el ambateño Humberto Chuzo Garcés, y agradó su juego, a tal punto que se lo llevaron a la gira que emprendieron hacia el norte. El primer futbolista que militó en un equipo extranjero, como parte de la plantilla oficial, fue Alfonso Romo Leroux, fichado en 1931 por América de Cali.

En 1935 estuvieron en nuestra ciudad dos equipos colombianos: Gregg, de Cali, y Deportes Antioquia, de Medellín. Al primero, en el partido con nuestro Panamá, lo deslumbró un joven delantero que había debutado como internacional a punto de cumplir 15 años, en el partido entre Liga Deportiva Estudiantil y Juvenil Esparta, de Chile: Alfonso Suárez Rizzo. Con 18 años, Suárez se embarcó con Gregg y jugó una temporada en Colombia.

En 1937 un grupo de futbolistas nacionales viajó a Colombia para participar en un torneo amistoso, pese a la prohibición de la Federación Deportiva Nacional del Ecuador. Uno de los invitados era Independiente Rivadavia, campeón de la Liga de Fútbol de Mendoza (Argentina). En el enfrentamiento con nuestra selección “pirata”, como la llamaron los diarios de nuestro país, brillaron dos grandes jugadores de aquellos tiempos: Alfonso Suárez y Ernesto Cuchucho Cevallos, el ala derecha de nuestro equipo.

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En una tenida en La Palma, el tradicional café porteño, en la que estuvo también el inolvidable Pepito Salcedo Morán, Alfonso Suárez nos contó que en el vestuario el presidente de Independiente se acercó a él y a Cevallos y les propuso integrar el equipo que iba a presentarse en Centroamérica, el Caribe y México. Suárez está considerado como uno de los mejores futbolistas ecuatorianos de la historia. Así me lo contaron dos de los que jugaron con él: Miguel Roque Salcedo, brillante periodista que fue arquero de LDE; y Elí Jojó Barreiro, mediocampista del mismo equipo. Igual lo confirmaron Ralph del Campo, otro periodista muy ilustrado, y el gran Marino Alcívar, que fue su compañero en la selección y en Hispanoamérica, de La Habana.

Ernesto Cevallos era pequeñín, pero pleno de habilidad y picardía. Empezó como juvenil en el Panamá en 1928, cuando lo vieron en un equipito de Colón y García Moreno. Era half —volante, en el lenguaje futbolero moderno— o alero derecho. Tenía condiciones para cualquier deporte, tanto que en 1931, cuando ya se había consagrado como futbolista, se puso los guantes y peleó por el título del torneo federativo: “Un final en la categoría mínimo en verdad electrizante. Los dos pequeños gladiadores no cedieron un palmo de terreno, y si la mano se le alzó al representante de Emelec, para muchos el ganador fue el panamito”, dijo EL UNIVERSO.

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En 1933, alineado como half derecho, fue la gran figura en el épico partido en el que Panamá, después de ir perdiendo por 2-0 con el invicto Audax Italiano, campeón de Chile, venció por 6-3, alcanzando una victoria que quedó en el recuerdo de quienes estuvieron aquella mañana en el viejo estadio Guayaquil.

En 1939 la Selección participó por primera vez en una Copa América. Suárez y Marino Alcívar —autor de los dos primeros goles ecuatorianos en esa cita— impresionaron a los dirigentes del club cubano Hispanoamérica, que los contrataron para viajar a La Habana. Cuba había elevado la calidad de su torneo con el fichaje de grandes futbolistas españoles que habían huido de la Guerra Civil. Los dos ecuatorianos contribuyeron a que su club, recién ascendido, obtuviera el campeonato cubano.

A la hora de las premiaciones, Suárez ganó el Balón de Oro como el mejor jugador del torneo y Alcívar se hizo acreedor al Botín de Oro como goleador. Cevallos, en tanto, luego de una gira victoriosa del Panamá por Colombia, fue fichado por el club Motoristas, de Cali, junto con Luis Merino, Eloy Ronquillo, Jorge Tolosano Laurido y Jorge Peralta.

La fama de Alfonso Suárez había alcanzado en Colombia una gran dimensión. En 1940 iba a jugar con el primer equipo argentino que visitaba ese país: Atlanta, de Buenos Aires. Ya estaba en filas de los Millos el guayaquileño Eloy Ronquillo. Los dirigentes le pidieron que contactara a Suárez para que los reforzara. Este aceptó, pero, por problemas de las comunicaciones, se demoró 20 días en llegar a Bogotá.

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Entrenó cuatro días con sus compañeros a las órdenes del técnico, que era nada menos que Fernando Paternoster. Los grandes recursos de que disponía le permitieron contratar a Paternoster y los jugadores argentinos Alfredo Cuezzo, Óscar Sabransky, Vicente Lucífero, Antonio Ruiz Díaz y Luis Timón, lo que hizo que les adjudicaran el apelativo de “los millonarios”. El 28 de enero de 1940, los colombianos vencieron a los argentinos. Las mejores críticas fueron para nuestros compatriotas Suárez y Ronquillo. El Tiempo, de Bogotá, dijo: “Alfonso Suárez, el notable futbolista ecuatoriano, dictó cátedra. Suárez fue un verdadero ‘veneno’ para los del Atlanta, los mismos que resultaron impotentes para anular sus rápidas filtradas y vigorosos cañonazos al gol”.

Independiente Rivadavia quiso llevar a Suárez y Cevallos a Argentina luego de la larga gira de 1937, pero ambos optaron por otro camino. Cevallos estuvo dos años en Atlético Corrales, de Paraguay, en 1940 y 1941. Suárez deslumbró a Chile en el Sudamericano de 1941 y fue elegido el mejor en su puesto, junto con José Manuel Moreno, leyenda mundial. Pasó al Magallanes, de Chile, y luego en Green Cross, equipo en el que jugó junto con otro crac: Jorge Chompi Henriques.

Suárez y Cevallos fueron los primeros en enrolarse en un club argentino, el hoy ascendido Independiente Rivadavia, que ya supo lo que es estar en la primera serie. No negociaron sus fichajes los empresarios y tampoco grabaron videos suyos porque nada de eso existía. Eran cracs, simplemente. (O)