Lo leí en EL UNIVERSO: “Emelec es un equipo complicado, no tiene ídolos y lamentablemente Barcelona SC lo hace, crea ídolos”. ¿El autor?: el exarquero eléctrico Esteban Dreer, argentino nacionalizado ecuatoriano dedicado hoy a la radio y la televisión donde opina de todo. Este Diario reprodujo parte de lo que dijo Dreer en un programa de entrevistas transmitido por YouTube. Lo más frecuente son sus descargas contra su anterior equipo, en el que jugó entre 2012 y 2019, año en que el presidente Nassib Neme le comunicó que no estaba en los planes del club. Para mucha gente esta circunstancia le otorga falta de imparcialidad.

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Lo que Dreer sostiene carece de fundamentos y es una cachetada a la historia, una materia que ignora por varias razones. La primera, porque cuando Emelec escribía lustrosas campañas deportivas, él estaba rompiendo botines en los potreros de su Mendoza natal. Segundo, porque la real historia del deporte y del fútbol de Emelec está por escribirse. Lo que se ha publicado hasta hoy en nuestro medio es mera historieta. Y tercero, porque estoy seguro de que Dreer no se ha preocupado, en los 15 años que tiene en Ecuador, de visitar la Biblioteca Municipal para buscar esa historia emelecista en viejos diarios y revistas.

Eduardo 'Ñato' García fue campeón nacional como jugador en 1972 y entrenador en 1979 del Club Sport Emelec. Foto: Archivo

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En la declaración del exguardameta, devenido en periodista sin credenciales para ejercer la profesión, existe, además, un gran error conceptual. El ídolo es definido por la Real Academia de la Lengua Española, en su segunda acepción, como: “Persona o cosa amada o admirada con exaltación”. No es creado por persona o institución alguna. En el plano deportivo, por sus condiciones, su identidad espiritual con la divisa que representa y por el coraje con que actúa, el ídolo entra en el corazón y el alma popular.

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Ningún club ha fabricado un ídolo, tampoco un periodista o un dirigente de club lo ha hecho. Barcelona no creó ídolos; estos se gestaron en las repletas generales del viejo estadio Capwell. La propia idolatría canaria tiene fundamentos sociopolíticos en una época de gran depresión económica y en la que nació un proletariado urbano que quería ser representado deportivamente en un fútbol cada vez más popular, en el que predominaba un Emelec al que se consideraba clasista y burgués.

Fernando Paternoster, entrenador argentino ganador de 3 títulos de provinciales de Guayas y del trofeo de campeonato nacional de 1965. Foto: Archivo

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¿Cuántos cientos de miles de niños y jóvenes adoptaron la pasión oro y grana gracias a Sigifredo Chuchuca y Enrique Cantos antes de que algún insensato inventara que la idolatría nació por la camisa semiabierta, las joyas en el pecho, o las gafas de algún dirigente, y que otro más bobo se lo creyera? El escritor español Manuel Vázquez Montalbán, ya fallecido, dice en su libro Fútbol, una religión en busca de Dios que “de los jugadores de excepción depende la adicción futbolística de cada uno de nosotros y de las masas. Nadie se ha hecho aficionado a causa del prestigio de un entrenador o de un presidente de club”.

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Emelec tuvo su primer ídolo desde 1929. Ese personaje es George Capwell, quien hizo del club el más poderoso y organizado del país y construyó una sede social con cancha de básquet, ring de boxeo, una piscina semiolímpica y años más tarde un estadio con cancha de césped. Aparte de su papel dirigencial, vestía la divisa eléctrica en básquet y béisbol, y era campeón de natación, saltos ornamentales y pugilismo.

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Cuando Emelec decidió incursionar en serio en el fútbol incorporó en 1946 a dos grandes figuras: Marino Alcívar, apodado El rey de la media vuelta o El apilador endiablado, y Enrique Moscovita Álvarez. Con ellos fue campeón ese año y ambos se ganaron la condición de ídolos azules. Alcívar fue el anotador del primer gol en la historia del estadio Capwell en noviembre de 1945 en un partido entre Emelec y la selección Manta-Bahía que dirigía Jojó Barreiro, ídolo beisbolero como lanzador en los años 30. En el béisbol nadie podrá olvidar a Francisco Panchón Sánchez, gran jonronero, lanzador emergente, jardinero o primera base.

Marino Alcívar, apodado 'El rey de la media vuelta' o 'El apilador endiablado' de Emelec. Foto: Archivo

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Ídolos fueron en el boxeo de los años 30 Eloy Carrillo Avilés y Ruffo López. Luego vinieron Diógenes Fernández y Pepe Barriga. Las graderías del Huancavilca estallaban cuando se anunciaba a José Rosero Abril, un peso mosca que pudo haber llegado a campeón olímpico si Ecuador hubiera competido en los Juegos. Se retiró invicto con un palmarés de un centenar y medio de combates. Años más tarde la idolatría eléctrica la monopolizaron dos grandes boxeadores: Rafael Anchundia y Héctor Cortez, pupilos de Raúl y Napoleón Gamboa.

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Volviendo al fútbol los primeros años del profesionalismo hicieron nacer dos ídolos a los que Emelec debe un monumento: José Vicente Balseca y Carlos Alberto Flaco Raffo. Balseca estaba en el club desde 1951 y Raffo llegó en 1954. El técnico chileno Renato Panay hizo correr a la punta derecha al guayaquileño e instaló en el centro al implacable goleador que fue el argentino. Con ellos nació el primer Ballet Azul.

José Vicente Balseca (i), Jorge Bolaños, Carlos Raffo, Enrique Raymondi y Roberto Ortega. La mítica ofensiva azul de los Cinco Reyes Magos. Foto: Archivo

El Loco Balseca se hizo grande como alero derecho. Desfachatado, atrevido, insigne regateador, imparable con su juguete predilecto: el balón. Fue un amante de la gambeta, ese recurso ya extinguido, del firulete provocador que desconcertaba a su marcador y obligaba a volantes y zagueros a concentrarse en él y dejar amplios zaguanes en el área por donde entraba el goleador infalible Carlos Alberto Raffo para poner el tanto de la victoria. “Los amagues son mentiras que se cuentan con el cuerpo”, según Jorge Valdano, y en eso Balseca era un maestro.

Fueron los primeros profesionales de Emelec que hicieron levantar de los asientos a los aficionados eléctricos y que causaron que las palmas de las manos enrojecieran de tanto aplaudirlos. Hicieron crecer a la hinchada azul y plomo y la llevaron de la aristocrática tribuna de la calle San Martín a las graderías generales de Quito, Pío Montúfar y General Gómez, que eran reducto casi exclusivo de los seguidores barceloneses en el viejo estadio Capwell.

En julio de 1959 apareció por primera vez Jorge Bolaños Carrasco. Tenía 15 años y traía todo aquello que no se da en las academias: descaro, irreverencia, frescura, osadía. Tenía, además, enorme talento y una zurda propia de un Houdini del fútbol. No mostró ningún temor desde el minuto uno. Con una carita de pibe de barrio, tomó la conducción del equipo como número 10 y empezó su camino a la idolatría. A los 16 años, aún con el uniforme del Vicente Rocafuerte, fue seleccionado nacional a las eliminatorias a Chile 1962. Fue el más grande en su puesto por su inteligencia y destreza insuperables, a lo que añadió algo que tanta falta hace hoy: carácter, liderazgo, entereza, energía, garra irrenunciable.

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Y si de arqueros se trata, nadie más representativo en el cuadro de la idolatría emelecista que Eduardo Ñato García, campeón del Sudamericano juvenil de 1964 con Uruguay –en un torneo que tenía como suplente nada menos que a Ladislao Mazurkiewicz– y varias veces campeón con Peñarol. Tuvo dos estancias en Emelec. Portero de grandes condiciones, fue elegido en 2004 en una encuesta de Diario EL UNIVERSO como el mejor jugador de la historia de Emelec.

Podría escribir un libro sobre los ídolos de Emelec en su historia. ¿Lo leería usted, señor Esteban Dreer? Nunca es tarde para aprender. (O)