En su texto introductorio de Las cruces sobre agua, el escritor Miguel Donoso Pareja expresó que Guayaquil es una ciudad con la memoria mutilada, y esto en referencia a algunos episodios que se repiten, aunque en contextos y épocas distintas. Sin embargo, desde la palabra escrita, las artes escénicas, la música, la fotografía, o la historia se han inmortalizado algunos de los acontecimientos que han manchado con sangre la historia de la ciudad; uno de ellos es la matanza obrera del 15 de noviembre de 1922, que este martes está conmemorando cien años.

Este episodio inspiró a artistas y escritores de la época, pero también marcaron una fuerte influencia en sus procesos creativos y de manifestación.

Cien años de la masacre obrera: ¿Qué sucedió el 15 de noviembre de 1922 en Guayaquil? Las calles se tiñeron con sangre trabajadora y el río Guayas fue testigo de la barbarie

EL UNIVERSO consultó con algunos exponentes de las artes y la literatura para hacer un repaso sobre la influencia que tuvo una de las más grandes protestas sociales de la historia de Ecuador.

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En la literatura

«Quizá esas cruces eran la última esperanza del pueblo ecuatoriano», con esta línea cierra su emblemática novela Joaquín Gallegos Lara. Cuando se recuerda la masacre obrera del 15 de noviembre de 1922, automáticamente se piensa en Las cruces sobre el agua, con un valiente Alfredo Baldeón como protagonista, “obrero mulato, pobre, hijo de panadero, a quien lo vemos desde que es un niño hasta que se hace adulto y muere en las protestas del 15 de noviembre”, refiere Clara Medina, periodista y gestora cultural.

“Es la obra que desarrolla de forma más extensa esta temática. A tal punto que muchos la llaman la novela de la clase obrera (...) Esta novela nos presenta a Guayaquil, la ciudad, con su incipiente modernidad, con sus problemas. Es una de las primeras novelas de ambiente urbano en el Ecuador”, afirma Medina.

«A la Sociedad de Panaderos de Guayaquil, cuyos hombres vertieron su sangre por un nuevo Ecuador, el 15 de noviembre de 1922», escribió Joaquín Gallegos Lara en la dedicatoria de la primera edición.

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Las cruces sobre el agua, de Joaquín Gallegos Lara.

La también conductora del programa literario ‘A vuelo de página’ percibe en esta obra el ambiente de crisis y cómo se gestó la protesta. “Por supuesto que es una ficción basada en el hecho, pero la literatura da cuenta de las subjetividades de las épocas, de los sentires de los personajes. A cien años del 15 de noviembre de 1922, trágico acontecimiento que Joaquín Gallegos Lara y otros autores como Alfredo Pareja Diezcanseco convirtieron en temas de sus novelas, podemos decir que sabemos más de este suceso por los libros de literatura que por la propia historia”, defiende.

En esto coincide la gestora cultural Esmeraldas Muñoz, quien dice que Gallegos Lara dejó algunas pistas en su libro. “Dejó cosas para que no se olviden, para que las personas vean que es importante saberlo, para que veamos cómo vivían las personas en ese momento”, menciona.

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Considera que leerlo en los tiempos actuales, tras una pandemia y cien años de aquel acontecimiento, recobra un significado y valor diferente. “Si vuelves a releer el libro en este preciso momento puedes ver situaciones de violencia, de desesperanza por no tener empleo, porque en los diferentes espacios te quieren pagar un sueldo miserable y sino no tienes qué comer. Es como si estuviera contando lo que está ocurriendo en este momento”.

Pero esta no fue la única manifestación que se dio en la palabra escrita también hay otras obras que reseñan escenas de este acontecimiento o ambientadas en este acontecimiento. Baldomera, de Alfredo Pareja, Los animales puros, de Pedro Jorge Vera, El espejo y la ventana, de Adalberto Ortiz, son solo algunas de las novelas en las que este hecho trágico ha sido representado.

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Tras los sucesos del 15 de noviembre, se empieza configurar un nuevo orden social, que en la literatura lo vemos plasmado en la Generación del 30, especialmente en el llamado Grupo de Guayaquil o en autores como Jorge Icaza, quienes en sus obras ensayan una nueva mirada, ponen su atención en los sectores subalternos, en el cholo, el montuvio, el indio.

“La escritora y crítica literaria Martha Rodríguez Albán en su libro Crítica literaria y sociedad en el Ecuador (1930-2000) hace notar que tanto la literatura como la crítica y como todo arte están influidos por el devenir social y que, en ese sentido, son un campo de disputas”, apunta Medina.

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Detalle de la portada del libro 'Baldomera' de Alfredo Pareja Diezcanseco (1908-1993). Editorial Ariel (Clásicos).

«El Batallón Marañón rodeó a la gente y comenzó a matarla. Dieron bala todo el día. (…) En mi bicicleta salía al día siguiente de la catástrofe y vi mucha sangre por toda la ciudad. Yo vivía en un departamento bajo de la calle Rocafuerte y por ahí pasaban los vagones del ferrocarril de la aduana llenos de cadáveres», relata Pareja en Baldomera (1938). Tenía 14 años cuando ocurrió esta masacre.

A través de la poesía autores como Manuel Agustín Aguirre, Ricardo Paredes, Alsino Ramírez, Daniel Cantos también lo han hecho. El poeta Jorge Carrera Andrade en su autobiografía El volcán y el colibrí describe el suceso y confiesa la orientación que va a tomar su quehacer desde ese momento.

«A mediodía del domingo, las primeras descargas de fusil desgarraron el aire soleado y como saturado de sal. Desde la ventana de un amigo, contemplé la lucha desesperada del pueblo, acorralado entre los destacamentos militares apostados en las esquinas de las avenidas principales… La indignación me devoraba como un fuego interno, y más aún cuando supe que en la misma tarde de ese pávido y sangriento 15 de noviembre de 1922, unas cuantas damas, desde los balcones, habían arrojado flores sobre los soldados “por haber salvado a Guayaquil y a las familias honradas”… Desde ese día hice la promesa de consagrar mis esfuerzos a la defensa de la clase oprimida».

Los tiempos entre la masacre de 1922 y los años de publicación son distantes. Respecto a esto Medina reflexiona: “La literatura no está obligada a la inmediatez a la que sí está obligada el periodismo, por ejemplo. Un autor puede dejar macerar los temas y tocarlos ya con una suficiente distancia. Creo que fue eso lo que sucedió con el 15 de noviembre de 1922″, apunta.

En la historia

El sociólogo Agustín Cueva declara que “el 15 de noviembre, fecha en que fue masacrado el movimiento popular insurreccional de Guayaquil … marca, en efecto, el nacimiento de una nueva etapa histórica en el país”.

Para el historiador Ángel Emilio Hidalgo el 15 de noviembre de 1922 “no solo es el bautismo de sangre de la clase obrera ecuatoriana, sino que es el punto neurálgico de un proceso de formación de la organización popular en el Ecuador y principalmente en Guayaquil que ya venía desde la Revolución liberal, radical, es decir, en 1922 ya existen ciertas bases ideológicas y de cuadros políticos para poder llevar adelante un movimiento como el que se hizo”.

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Sin embargo, dice que “las demandas originales de los trabajadores fueron cambiadas y ellos fueron traicionados por los abogados que entraron en negociaciones con el gobierno liberal de José Luis Tamayo, se pudo desarticular fácilmente el movimiento, entonces eso a pesar de lo ocurrido no quita y no obsta la importancia que tuvo esta primera acción de organización, sobre todo desde células anarquistas de la organización de estas huelgas generales, donde desde la visión política del movimiento anarquista se convertían en huelgas de solidaridad porque cada uno de los sindicatos obreros y de las sociedades artesanales se plegaban al movimiento y eso fue lo que ocurrió antes de la masacre del 15 de noviembre”.

Alfredo Baldeón fue panadero y fue una de los obreros que encabezó la huelga general del 15 de noviembre de 1922. Foto: Acción Antifascista

El historiador indica que el principal hallazgo en torno a los sucesos del 15 de noviembre de 1922 fue cuando “en 1988 la entonces ministra-juez de la Corte Superior de Justicia, Ketty Romoleroux, encontró el juicio llamado Proceso penal contra el pueblo de Guayaquil, un proceso que había levantado en su momento el entonces intendente de Policía Alejo Mateus en contra de las víctimas de la masacre, es decir, esto es algo insólito, digno de ser parte de la historia universal de la infamia, aquel famoso libro de Jorge Luis Borges”.

“¿Cómo puede ser posible que aquellos que sufrieron el embate de la Policía, del Ejército, aquellos que fueron asesinados, masacrados vilmente en las calles hayan sido los responsables de este evento y se les levanta un juicio en su contra?” se pregunta Hidalgo.

Portada de El Universo del 16 de noviembre de 1922.

“Realmente es algo digno de esa historia universal de la infamia y también de ripley, por suerte el juicio no culminó, quedó inconcluso, pero ya el mismo hecho de haberlo iniciado por parte de un funcionario, que seguramente quería quedar bien con sus jefes, nos da a entender el desprecio de ciertos sectores de la oligarquía de esos años hacia lo popular y sobre todo la incapacidad de comprender sus demandas sociales, laborales y evidentemente todo lo que motivó la organización de esa huelga general”, indica.

Hidalgo menciona que se han escrito algunas historias sobre el movimiento obrero ecuatoriano, en el cual se incorporan los episodios del 15 de noviembre de 1922 y refiere a autores como Patricio Ycaza, Elías Muñoz Vicuña, Alejo Capelo, Luis Maldonado Estrada, Pedro Saad y Manuel Agustín Aguirre.

En las artes escénicas

El actor, director y docente Bernardo Menéndez comenta que descubrió Las cruces sobre el agua “gracias a Leticia Loor, una profesora de Literatura o de Lengua en el colegio Logos” y luego de ello junto con un conocido hicieron una versión de la historia para la institución y después de ello traspasó las fronteras del colegio y de ahí se pensó en una versión más grande para el grupo de teatro la Casa de la Cultura.

“Fue muy interesante contarla a través de cuatro personajes que eran como el Guayaquil de ahora que recuerda el Guayaquil de antaño y ahí estaba toda la historia de este hombre, de sus amigos y de su generación. Fue impactante, sigue siendo impactante y creo que se dio porque el teatro sirve como una vía para contar historias, para narrar historias, para contarle a la gente lo que realmente producen esas historias de los seres humanos y eso me parecía, me parece, me va a seguir pareciendo siempre interesante la historia de Las cruces sobre el agua”, dice Menéndez.

El actor, originario de Cuba y residente en Ecuador, considera que el sacrificio de las víctimas de la masacre hace que las artes escénicas se apoderen de esos hechos, “porque para eso están las artes escénicas para denunciar, para protestar, para contar, porque creo que los artistas tenemos esa obligación en general”.

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Asimismo, el actor indica que como extranjero “a veces le sorprende” que Ecuador teniendo historias tan fuertes para ser contadas “a veces no sean capaces de contarlas, que tengamos que esperar que otras personas nos lo recuerden o que llegue la fecha para recordarlas cuando sería bueno que en la televisión, radio, en la prensa nacional estuviera presente todo el tiempo la historia del Ecuador, que es una historia bien fuerte y bien interesante”.

En la historia se registran otras puestas en escena por ejemplo: en el Teatro Universitario de la Universidad Central del Ecuador se puso en escena en octubre de 1982 La cantata al 15 de noviembre de 1922, obra musical, poética y narrativa. Dirigida por el maestro Julián Pontón, el ensamble musical reunió alrededor de 100 artistas, entre los instrumentistas, el coro, declamadores y directores musicales. Actuaron como invitados especiales el maestro Agustín Ramón San Martín, tenor, guitarrista y compositor; el maestro Terry Pazmiño, guitarrista y compositor. Esto se lo hizo en el marco de la preparación del congreso constitutivo de la Unión General de Trabajadores del Ecuador, (noviembre de 1982).

Grupo Teatro de la Casa presentó la obra 'Las cruces sobre el agua', dirigida por Bernardo Menéndez. Foto: Cortesía

La masacre también fue inmortalizada por Enrique Gil Gilbert con la obra titulada La sangre, las velas y el asfalto.

En las artes visuales

La crítica y curadora de arte Matilde Ampuero señala que los movimientos artísticos de cambio surgen en los momentos más convulsos. En el 2016 estuvo encargada de la curaduría ¿Es inútil sublevarse? La artefactoría, arte y comentario social en el Guayaquil de los ochenta (MAAC, 2016), en el que para su investigación recorrió por los hitos de protesta urbana, revueltas y levantamientos que atravesó la ciudad durante el siglo XX. “Parte de mi investigación se enfocó en la genealogía artística del grupo, sus referentes mediatos e inmediatos, quiénes o qué tipo de conocimiento anterior se sumaba a su propuesta, aquello que consideré la contenía y expandía”, explica sobre le muestra que tuvo como primer hito el 15 de noviembre de 1922.

Es así como indica que la muestra reprodujo algunas imágenes de otras revueltas que se dieron luego como la Revolución juliana de 1925, las protestas de los estudiantes de la Universidad de Guayaquil de los años 70, el secuestro de León Febres-Cordero durante el levantamiento militar de Taura o Taurazo, acontecido en 1987, y reproducciones de la gráfica política de diarios y revistas de la época. “Sobre todo esto coloqué las obras originales, entre óleos y dibujos, de los artistas modernos (todos de la colección del museo), que denotaban la influencia socialista y comunista entre los intelectuales y pintores de la época”, sostiene.

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Su influencia llegó a otros artistas como Alfredo Palacio, Oswaldo Guayasamín, Enrique Tábara, Araceli Gilbert. “Del Costumbrismo al Realismo Social, se podía leer la historia de las ideas de la mano de José María Roura Oxandaberro, Galo Galecio, Alba Calderón de Gil, Alfredo Palacio, Oswaldo Guayasamín, Enrique Tábara, Araceli Gilbert, entre otros artistas representantes de la modernidad en el arte, que habían precedido las nuevas propuestas conceptuales y críticas de los jóvenes artistas de Guayaquil y la apuesta visual por lo popular barroco que caracteriza a La Artefactoría de los años ochenta”.

Además, dice, se vio el nacimiento de grupos esenciales para la historia de las ideas y del arte en el Ecuador, como los grupos La Sociedad Promotora de Bellas Artes, Alere Flammam constituida en 1931, “cuyos disidentes formaron, en 1939, la Sociedad de Artistas y Escritores Independientes; y La Artefactoría, a quienes en 1983 iniciaron un trabajo colectivo fijado en la cultura local, la crítica a la institución arte y a la modernidad, cuyas obras conceptuales, instalaciones, acciones y manifiestos exhiben contenidos abiertamente político”.

“Caben estos antecedentes para demostrar la inevitable conexión entre arte, conciencia social y crítica a las ideologías que penetran las instituciones, y muchas veces al mismo arte hasta institucionalizarlo y consumirlo, neutralizando la tan necesaria sublevación que implica una propuesta de cambio”, concluye Ampuero. (I)