La publicación legal Lexlatin.com plantea y desarrolla una interesante discusión sobre la propiedad intelectual en gastronomía, haciéndose la pregunta: ¿Se puede patentar un plato o una receta? ¿Se debería? En Latinoamérica, por lo pronto, esto no es posible. En la mayoría de legislaciones se pueden registrar los derechos de autor de una receta, como obra literaria. Sin embargo, esto no protege de la ejecución de la receta en un restaurante por parte de un cocinero distinto de aquel que la registrara, es decir, la ejecución de copias o imitaciones. Únicamente protegerá el material donde esta se encuentre plasmada, libros, folletos u otros instrumentos, así como las imágenes que se utilicen en tal recetario.

Al no protegerse la ejecución de la receta, no es posible que su creador aproveche los réditos económicos de su autoría en el plano gastronómico, más allá del literario. No podrá recibir regalías de los restaurantes y chefs que tengan el susodicho plato en el menú, como sí las recibe un músico por la composición de sus canciones cuando estas son replicadas.

El negocio de alimentos industrializados está mucho más protegido en casi cualquier legislación, que el de restauración, en el que cualquier chef genial que cree un platillo de autor novedoso puede ser copiado.

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La publicación informaba que hay poquísimos ejemplos en tribunales, contados con los dedos de una mano, que favorecen estas creaciones. En Países Bajos un tribunal sentenció que hubo plagio por parte de una gran empresa que fabricó una caja de bombones finos siguiendo de forma exacta una receta publicada en un libro.

Si se protege un producto, una canción, un invento, ¿no es lógico que se proteja también un plato de autor? Muchos de estos han impulsado e incluso cambiado la gastronomía, como las ostras y perlas de Tomas Keller, o más atrás en el tiempo, el volován de Careme, o la salsa bechamel de Luis de Bechameil. ¿Sus autores no deberían poder cosechar los réditos de sus creaciones?

¿Qué hay con la gastronomía de una región o país? ¿No se deberían proteger con denominaciones de origen?

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¿Cuántas veces ha entrado el lector a un restaurante que dice ser de cocina italiana, francesa o mexicana, y al terminar la experiencia comprueba que de italiana, francesa o mexicana no tenía nada?

Si casi toda legislación protege productos como el vino o el queso, entre otros, certificando sus zonas geográficas y métodos de producción con denominaciones de origen, asegurando así al consumidor límites mínimos de calidad y sabor, ¿no deberían las legislaciones proteger las identidades gastronómicas nacionales también? Una discusión abierta. (O)