Cinco bloques del Cementerio Patrimonial de Guayaquil fueron destinados para los ciudadanos fallecidos en los meses críticos de la pandemia del COVID-19.

Marzo y abril predominan en las lápidas, en las fechas de muerte de tal vez 500 ciudadanos, puesto que cada bloque dispone de 179 urnas y los cinco suman 870 espacios, pero no todos están ocupados.

Según el conteo del Municipio de Guayaquil, la ciudad registró alrededor de 10.000 muertes en esos días de terror, cuando ciudadanos desesperaban por tanques de oxígeno, suplicaban por camas en los hospitales, exigían la entrega de cuerpos que yacían en contenedores o demandaban de personal calificado para el retiro de cadáveres de sus casas.

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El Cementerio Patrimonial, que administra la Junta de Beneficencia de Guayaquil, fue uno de los camposantos de destino para el depósito de restos humanos, en días en los que no hubo velación ni otra despedida que la mirada a distancia de uno o dos parientes.

"Solo si venía con un cadáver podía entrar, no había visitas", sentencia un obrero del cementerio que se presenta como exhumador y que asegura que sus compañeros tapadores tuvieron tanto trabajo que uno selló 40 bóvedas en un solo día.

"Un domingo entraron 147 cadáveres, de ahí venían un día 70, otro 80", expone el hombre, que evoca que había féretros que destilaban fluidos.

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"Afuera estaba un tipo que pagaba $ 200 para que le carguen su caja, pero nadie le quería coger por la sangre", relata con crudeza.

Pero hubo gente dispuesta, externa al personal del cementerio, que cargó aquellos ataúdes a cambio de dinero. Los obreros del camposanto los llaman "los hacheritos", refiriéndose a consumidores de drogas que, según los empleados, bajaban de los cerros del Carmen y Santa Ana, algunos contactados por vendedores de flores o cuidadores de carros.

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"Los buscaban para que se metan a los contenedores a buscar cadáveres", expone un trabajador de limpieza.

En los días críticos de la pandemia, los enfermos desarrollaban problemas respiratorios. Mayoritariamente, la muerte les sobrevino a adultos mayores.

La tía de Rafael Cedeño, habitante del barrio Esmeraldas Chiquito, situado en el sur de Guayaquil, tenía 68 años. Su nombre era Eudocia Cedeño. Él menciona que al sepelio asistieron dos hijas de la mujer.

Por lo vivido en marzo, abril y parte de mayo, los jornaleros del cementerio concluyen que fallecieron más personas con sobrepeso.

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"A un muerto normal lo cargan entre cuatro (personas), pero ahí eran seis, siete que tenían que meter mano", subraya un obrero dedicado al sellado de bóvedas, de los que se hacen llamar tapadores.

Él vuelve a referirse a los "hacheritos" como cargadores habituales de féretros ante la falta de personal por efecto de los sucesivos sepelios. "Tomaban su guanchaca (licor) y también se la frotaban en el cuerpo", describe con seriedad.

Aunque no pueden asegurarlo, los servidores del cementerio creen que entre aquel personal externo no hubo bajas en el contexto del COVID-19.

En junio, el Comité de Operaciones de Emergencia (COE) nacional autorizó las velaciones con aforo reducido y las visitas a los cementerios. De ahí que familiares, a los tres meses en promedio, recién pudieron rezar en la tumba de sus seres queridos.

En los días críticos regía el toque de queda que empezaba a las 14:00. Ello también desesperaba a los familiares de difuntos, que se veían obligados a dirigirse a sus casas casi sin despedirse de sus seres amados.

Los cinco bloques están identificados con las series 09-A1410, 09-A1411, 09-A1412, 09-A1413 y 09-A1415.

Los visitantes disponen de tres días para acudir a los cementerios de la ciudad, puesto que estarán cerrados en el feriado venidero, en prevención de contagios de COVID-19. (I)