La calle se convirtió en el escenario itinerante del músico colombiano Jorge Hoyos y de sus títeres. Los muñecos, que alcanzan los dos metros de altura, son armados a diario en el lugar que escoja su dueño. El casco central de Guayaquil es el sitio predilecto del artista y de su compañía de tela.

Jorge les coloca una especie de pedestal de metal y baterías que les permiten mover sus manos y cabezas. Los títeres, que son de personajes animados, tienen grandes cabezas. Algunos de ellos llevan entre las manos instrumentos de tela, pues estos simulan a los miembros de una orquesta.

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El músico, de 58 años, toca el saxofón y recorre a diario con su instrumento y sus muñecos las calles del centro de Guayaquil desde las 10:00.

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Su día arranca poco antes de esa hora con una caminata desde la calle Boyacá, donde vive junto a otros artistas. La jornada suele extenderse hasta la madrugada, a diferencia de otros artistas que suelen permanecer en la calle hasta la noche.

Él cuenta que su pasión por la música y por ofrecer un poco de su talento en la calle no es reciente.

Mientras muchos niños a la edad de siete años aprendían a andar en bicicleta o en patines, Jorge Hoyos, en cambio, se decantó por los instrumentos musicales. Fue a esa edad cuando, impulsado por su padre, empezó a tocar el saxofón, el clarinete, el bombardino, el trombón de émbolos y la trompeta.

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Su padre, Telesforo Hoyos, era músico y por eso considera que fue un don heredado. Era usual para Jorge ver a su progenitor tocar algún instrumento en rincones de su casa en Bogotá, Colombia. Por ello, decidió seguir sus pasos.

No cursó estudios de música, de hecho, tocaba sin saber leer partituras. De niño, al tocar uno de los que consideraba ‘juguetes’ lo hacía solo siguiendo la melodía e imitándola. Esta práctica la mantiene hasta ahora.

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A medida que avanzaba hacia su juventud y adultez, Jorge pisó varios escenarios en Chile, Bolivia, Perú, en su país de origen y también en Europa. Al mismo tiempo se lanzó a exponer su arte en la calle. Unos 25 años lleva como artista callejero.

Sin embargo, hace diez años decidió migrar a Ecuador, cruzó la frontera y en su periplo hacia Guayaquil se asentó en diferentes ciudades del país y tocó el saxofón. Ya en Ecuador, el colombiano decidió saltar a las calles y replicar lo que hacía en las esquinas céntricas de los pueblos que visitó en otros países.

La calle se convirtió en su escenario itinerante.

En Colombia recorrió diferentes puntos junto a su hijo, mucho antes de que él se especialice en el ámbito musical de la mano del profesor Carlos Rubio, quien le enseñó a tocar el piano.

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Jorge Jr. era quien lo acompañaba en su trabajo en la calle. Ambos eran una especie de orquesta que tocaba desde música clásica hasta moderna. Este dueto duró un par de años hasta que Jorge decidió adoptar a los títeres y dejar a su hijo crecer como músico.

A diario, Jorge Hoyos camina desde la calle Boyacá, en donde vive, con los títeres con los que trabaja. Foto: El Universo

Él ahora es profesor de piano y sigue en el mundo del arte, al igual que sus hermanas, Carolina y Gina Paola, que son directoras de cine y de orquesta, respectivamente.

Los títeres pasaron a reemplazar a su hijo y se convirtieron en sus compañeros a diario.

Para Jorge, trabajar en la calle es un juego de azar: a veces se gana, a veces se pierde. Y pese a que ha tenido malas experiencias, dice que la música tiene un don reparador que motiva a quien la lleva en la sangre. Además, la música le ha permitido subsistir en las ciudades a las que va.

Lo más difícil en sus visitas a los países ha sido lidiar con la poca cabida que se suele dar para el arte callejero, asimismo escuchar los malos comentarios que puede emitir la gente que no aprecia el esfuerzo que hacen los artistas.

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“No es fácil trabajar en la calle y más aún ser migrante, cuando nos encontramos con gente de nuestro país nos abrazamos y sentimos que es un abrazo de nostalgia, pero a la vez de empuje para seguir luchando”, dice el músico.

En medio de todo, Jorge se queda con lo positivo y con la sonrisa de niños, jóvenes y adultos que observan con asombro el manejo que tiene del saxofón.

“Yo coloco el saxofón en mis labios y al escuchar la melodía es como que se me olvida el mundo, como que se borra todo lo malo, todo lo difícil”, asegura.

Por ello, dice que sus instrumentos y sus títeres lo acompañarán mientras la fuerza de sus piernas y de su espíritu estén con él. (I)