En el Malecón Simón Bolívar, corazón de Guayaquil, en una pequeña mesa cubierta con una tela verde surge una expresión artista, quizá dejada a un lado hace varios años: el títere. Es Rafael Vera, quien con sus manos le da vida a ‘Imma’, un títere que lo acompaña desde hace más de 15 años.

El escenario de Imma es la explanada frente a La Perla. En ese sitio luce su vestido rojo y maquillaje brillante en tonos verdes, aunque a veces estos cambian. Por las tardes hace fono mímicas de las canciones de Yuridia y de Rocío Durcal, a veces de cantantes de habla inglesa.

Rafael es un psicoterapeuta que llegó a Guayaquil desde Venezuela hace cinco años y que encontró en los títeres su herramienta de resiliencia.

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Los espectadores se quedan mirando a detalle el show. Rafael es delicado en el movimiento de los pequeños palos que sostienen la mano y mandíbula de la muñeca. Con su mano izquierda mueve el brazo derecho de Imma y con el derecho marca el ritmo.

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De hecho, él también se mueve al compás de la música y esboza una sonrisa mientras observa a turistas y jóvenes que están atentos en los casi cuatro minutos que duran las canciones. Tiene un repertorio variado que va desde rancheras hasta reggaetón.

Los títeres siempre han sido una herramienta terapéutica”.

Rafael Vera, psicoterapeuta.

Si bien Rafael no llegó a Ecuador para ser titiritero, la pandemia lo inclinó hacia esta expresión de arte.

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En 2018 llegó a Guayaquil a trabajar en clínicas de rehabilitación para personas con problemas de adicciones. Sin embargo, con las restricciones que se impusieron por el virus en 2020 este espacio de trabajo cerró y vio en sus muñecas la alternativa para sostener a su familia.

Imma es uno de sus primeros títeres y con la que ha entretenido a niños, jóvenes y adultos en este espacio icónico del centro de la urbe. En las clínicas en donde trabajó, se convirtió en ese ícono para darle al paciente un aliciente.

No hay días malos para él, pues puede reunir hasta $ 60 en el día. Esto le ha permitido sortear gastos básicos del hogar y la universidad de una de sus dos hijas.

“Los títeres siempre han sido una herramienta terapéutica”, dice el venezolano que va rumbo a los 60 años.

Imma es una de los títeres que acompañan a Vera desde hace más de 15 años. Foto: José Beltrán

En pandemia, cuando surgió el pánico y miedo por el confinamiento, encontró en los títeres su refugio.

Junto a un tío, que llegó desde Quito, brindó entretenimiento con los muñecos en ciudadelas en donde habían bloques con departamentos. Ayudados de micrófonos, brindaban ese especie de calma a las personas que vivían en zozobra por la llegada del virus. Los miraban desde los balcones.

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Luego ese espacio mutó y se le abrió la posibilidad de exponer su arte en el Malecón, apoyado por la Municipalidad.

Desde la Trinitaria, sur de la ciudad, toma al menos un par de buses para llegar hasta este punto de la urbe.

Al colectivo se sube con un parlante y con maletas en las que lleva a sus títeres. Imma es una de ellas, pero también tiene a Jessie que canta rancheras, Benito que canta reggaetón y Miguelito que sale en noviembre, para presentaciones por día de muertos.

Además de llevar esta maleta, carga una mesa desplegable que sirve de escenario para el performace que hará ese día.

El reloj marca las cuatro de la tarde y Rafael ingresa con sus implementos por la puerta de la calle Loja. Luego de instalarse es cuando empieza su segundo oficio, pues en las mañanas atiende a pacientes vía telemática.

El teatro de títeres deja una gran enseñanza a los niños y adultos

En la tarde es cuando ha analizado que la gente está más relajada y presta a observar su puesta en escena. Su profesión le ha permitido ir más allá. Rafael dice que durante las horas que pasa en el Malecón observa que las personas están solo en su cuerpo, pero su mente y espíritu están dentro de un teléfono celular, de una red social.

“El arte moviliza la sensibilidad, con la redes sociales se ha dañado el arte y estas han hecho que las personas se roboticen”, manifiesta Rafael, quien dice que lo más difícil de su oficio es no saber lo que le depara el día, ya que se pueden presentar muchas adversidades.

Pese a ello, Vera no pierde la esperanza de que esta muestra artística deje de diluirse y vuelva a ser de interés en las personas.

Por ahora, la sonrisa de los espectadores y la retroalimentación que recibe es lo que lo motiva a seguir moviendo sus manos y dándole vida a esos pequeños muñecos que lo acompañan a diario. (I)