En medio del estruendo reguetonero de la zona rosa, el Espacio Muégano Teatro cual refugio monástico, tiene que decirnos algo que ha guardado desde hace mucho tiempo. Eso es que consumir teatro está lejos de solo mirar una historia fácil de olvidar.  Se trata de hacer memoria y a través de ella hacernos un presente.  Fue en aquel recinto escénico donde se presentó por repetida ocasión la obra que ya es parte de la historia del grupo Muégano, Ulrike. Un intenso trabajo que posee un intenso producto.

La puesta cuenta con la dirección siempre correcta de Pilar Aranda y Santiago Roldós; y participando en la actuación Estefanía Rodríguez, también coautora de la obra.  

Hablamos del monólogo que lleva el nombre de la activista alemana Ulrike Meinhof, de la izquierda radical por esas épocas de Guerra Fría.  Su muerte fue un misterio, lo que inspiró a Franca Rame y Darío Fo a escribir una obra que le haga justicia.  Sin embargo, que nada tiene que ver con la trama presentada en Ulrike, más que la potencia de los enunciados y la presencia de la actriz.

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Es de felicitar la actuación de Rodríguez que deja perplejos al poco público presente.  A la vez causa pena que los espectadores estamos acostumbrándonos a consumir un teatro comercial, caro y a veces novato, pero es hora de plantearnos las propuestas de Muégano como alternativa imperdible.

Claro que no es de fácil entendimiento.  La obra requiere un esfuerzo del espectador, debido a que presenta cartografías del cuerpo y la palabra en un sentido poético, que nos hacen eco o no.  Lo importante a rescatar es que la compañía de teatro que allí trabaja, se cree lo que hace y están comprometidos honestamente con nuestra realidad.

No hay guiones escritos por dramaturgos muertos para que el actor solo los asuma.  Acá, de lo personal salen las historias impredecibles con la pluma autobiográfica, característica de Muégano, para volverlas parte de la política. 

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Fuimos testigos de una obra donde el compromiso de la actriz estuvo al tope de una escalera muy alta.  Es interesante ver la naturalización del cuerpo, expresada en habitar el espacio con pocos objetos en armonía para luego proponer la locura. Con el torso desnudo una parte de la obra, como potente enunciado feminista, más de uno se sintió incómodo.

En escena sostenida sin pausa, fácilmente podemos perder la cuenta de los personajes por los que Rodríguez es poseída, pero entre ellos: el idealista, el huérfano, las madres, los padres, el fascista, la víctima… la famosa “tetona” salida de concurso de belleza que hace una obra feminista en los microteatros.  

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¿Se puede plantear al teatro como una herramienta para la crítica y la reflexión de la historia y el presente, para involucrarnos a los espectadores de manera política y crear una sociedad mejor para todos? Falta mucho para crear una misma identidad para “el bien común”, y no se logra si quienes lo proponen son unos pocos y el resto escribe libretos para la fama y “las colas”.  Todas tenemos una historia fea para contar: de maltrato, acoso, intimidación, abuso, etc.  Y este teatro ha asumido la voz de las mujeres, convirtiéndose en un teatro de militancia.  

El Espacio Muégano volverá a presentar la semana próxima otra de sus obras mancomunadas (Asalto al centro comercial), que independientemente del gusto de esta crítica de teatro, asistan a verla. ¡Hasta la próxima amigas! (O)