En su Pequeño manual antirracista, publicado a fines de 2019, la filósofa feminista negra Djamila Ribeiro dos Santos busca llevar al gran público, con lenguaje didáctico, una discusión intelectual que normalmente no sale de los círculos académicos y militantes.

“Muchas personas reconocen el racismo, saben que Brasil es un país racista, pero no piensan cuán importante es tomar actitudes en relación a eso”, explicó Ribeiro en una entrevista con AFP.

Informarse sobre racismo, leer más autores negros, reconocer los privilegios de haber nacido blanco, apoyar acciones que promuevan la igualdad racial en los distintos ámbitos de la sociedad, entre otras acciones, pueden ayudar a revertir el cuadro actual, sostiene la académica de 39 años, referencia de feminismo negro en Brasil.

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Lo que está en cuestión no es una posición moral, individual, sino un problema estructural. "La cuestión es ¿qué estás haciendo activamente para combatir el racismo?”, indaga en la publicación, de poco más de cien páginas.

Inspirado en el libro How to Be an Antiracist (Bodley Head, 2019), del historiador estadounidense Ibram X. Kendi, y citando pasajes de autoras como Angela Davis, Audre Lorde y Bell Hooks, Ribeiro resume en diez breves capítulos los principales caminos para sumarse a esta causa, que cobra aún más relevancia, dice, en el momento actual de “retrocesos sociales bajo el gobierno de ultraderecha de Jair Bolsonaro”.

Informarse y cuestionar

El primer paso es informarse, señala Ribeiro. “En Brasil existe la idea de que la esclavitud fue más blanda que en otros lugares, lo que nos impide entender cómo el sistema esclavista todavía impacta la forma en que la sociedad se organiza”, apunta la autora en uno de los capítulos.

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Esa desigualdad se perpetúa y puede verificarse en las estadísticas: pese a representar el 55,8 % de la población brasileña, los negros y mestizos están subrepresentados en el Congreso (24,4 %) y en los cargos de gerencia (29,9 %), ganan en media salarios 73,9 % inferiores y tienen 2,7 veces más chances de ser asesinados que sus pares blancos, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE).

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Apoyar políticas afirmativas es fundamental para reparar estas desigualdades, dice Ribeiro, quien cita como ejemplo la ley de cuotas que desde el 2012 reserva a la población afrodescendiente un determinado número de vacantes en las universidades públicas.

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Para que el acceso a una educación de calidad se refleje también en el mercado de trabajo, es importante cuestionar y transformar los ambientes laborales.

¿Cuál es la proporción de personas negras y blancas en su empresa? ¿Cómo es esa proporción en el caso de los cargos más altos? (...) ¿Hay en la empresa algún comité de diversidad o un proyecto para mejorar esos números? ¿Hay espacio para un humor hostil hacia grupos vulnerables?”, interroga la autora, bloguera y activista en redes (@djamilaribeiro1).

Discutir la ‘blanquitud’ también

El debate racial suele concentrarse en la discusión sobre las dificultades que enfrenta la población negra, sostiene Ribeiro, pero no en los privilegios de la población blanca, considerados en general fruto del propio esfuerzo y no de un sistema desigual.

“Es fundamental discutir a partir de la perspectiva de aquellos que se benefician de la estructura racista, para identificar sus privilegios y desnaturalizarlos, entender los lugares sociales” de cada uno, afirma.

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Tras reconocer sus privilegios, “el blanco debe tomar actitudes antirracistas”, sugiere Ribeiro en el manual.

No se trata de sentirse culpable por ser blanco: la cuestión es hacerse responsable. A diferencia de la culpa, que lleva a la inercia, la responsabilidad conduce a la acción. De esa forma, si el primer paso es desnaturalizar la mirada condicionada por el racismo, el segundo es crear espacios, sobre todo en lugares donde las personas negras no acostumbran a tener acceso”.

¿Cuál es la proporción de personas negras y blancas en su empresa? ¿Cómo es esa proporción en el caso de los cargos más altos? (...) ¿Hay en la empresa algún comité de diversidad o un proyecto para mejorar esos números? ¿Hay espacio para un humor hostil hacia grupos vulnerables?

El racismo, concluye la autora, es “un sistema de opresión que niega derechos, y no un simple acto de la voluntad de un individuo. Reconocer el carácter estructural del racismo puede ser paralizante. Al final, ¿cómo enfrentamos un monstruo tan grande? Pero no debemos intimidarnos. La práctica antirracista es urgente y se da en las actitudes más cotidianas”.

Tendencia humana a excluir

¿Por qué somos racistas si la mayoría, al ser preguntados, diríamos que es algo injusto? “En el fondo de eso que llamamos racismo está una dinámica muy propia de nuestra condición humana, un mecanismo por el cual somos propensos a excluir”, explica el profesor Diego Jiménez B., máster en Filosofía.

Entonces, para hablar del racismo y de otras formas de exclusión, hay que partir por reconocer que la tendencia está en nuestra naturaleza.

“Menos mal”, precisa el educador, “excluir no es la única tendencia con la que nacemos. También está la capacidad de incluir, de abrirnos y cooperar con otros congéneres”.

Nuestra naturaleza es dialéctica, nos recuerda Jiménez. Somos capaces de confrontar razonamientos, de discutir nuestras ideas. Y por eso estamos llamados a ser responsables. “O dejamos que se imponga esa tendencia a la exclusión o nos inclinamos por fortalecer aquello de nosotros que nos abre a la cooperación con otros”. Cada sociedad, según sus ideales y sus valores, promueve una u otra de esas tendencias a través de la educación y de sus instituciones.

Una problemática cercana

Ribeiro habla desde la realidad brasileña, en la que el 47 % de la población se autodeclara blanca, el 7 % negra y 43 % ‘parda’. Desde el 2006, sin embargo, se nota un descenso en el primer grupo; los demógrafos estiman que se debe a brasileños que revaloran su herencia negra y se reclasifican como pardos (de ascendencia étnica variada).

Ahora bien, desde el contexto ecuatoriano, ¿cómo reconocer el propio racismo y empezar a tomar acciones?

“El problema no está en que nos sintamos valiosos, sino en que vivamos con la certeza de que, en efecto, hay seres humanos de primera y de segunda” categoría.

Jiménez sugiere promover una educación que nos enfrente “a las notas antropológicas más propias de nuestra condición, que nos permita descubrirnos en nuestras miserias y en nuestras fortalezas, que nos enseñe que está en nosotros excluir y reproducir la miseria del racismo y de otras lógicas de exclusión, pero también la posibilidad de descubrirnos iguales, hermanos y capaces de cooperar con los diferentes; que nos enseñe a que está bien ser diferentes, y que no es un impedimento para que podamos soñar juntos un futuro para todos”.

Teniendo en cuenta la diversidad cultural y étnica en Ecuador, Jiménez apunta que es ‘apenas normal’ que unos grupos humanos se sientan más valiosos que otros. “Y el problema no está en que esto pase, sino en que vivamos con la certeza de que, en efecto, hay seres humanos de primera y de segunda” categoría.

Necesitamos reconocer que nuestra forma externa, nuestras culturas y cosmovisiones distintas no nos hacen moralmente inferiores o superiores”. Y que lo que sí aporta valor moral a nuestra existencia es la capacidad de cultivar y promover visiones de inclusión y cooperación. “Y en esto, el papel de la educación es fundamental”. (D. V.)