Por ahora nos olvidamos de los besos y los abrazos en los encuentros reales. Nos mantenemos alejados cuando hablamos con alguien en la calle y nos despedimos con algún gesto. Sonreímos con la mirada. Procuramos estar más atentos de nuestro cuerpo y nuestros movimientos. Hasta miramos donde pisamos al entrar a una tienda, cuidando de atinarle a la alfombrita con desinfectante. Sin duda, los maestros de la atención plena se sentirían orgullosos de muchos de nosotros.