Es innegable que nuestra vida en general, y nuestra vida social en particular, ha sufrido serios cambios a partir de la pandemia. Aun después del levantamiento de las restricciones más agudas, hemos optado por continuar limitando la proximidad física con nuestro entorno, complementando dicha interacción mediante el uso de las redes sociales. Es muy posible que este nuevo formato social persista por largo tiempo, sobre todo en los adultos, ya que nos ofrece la sensación de seguridad y protección sin restarle calidad al significado de la amistad. Los eslabones de esta cadena ya están firmemente establecidos y el mantenimiento que requiere (la llamada ocasional, las reuniones realizadas con prudencia) no exigen gran esfuerzo.

En los adolescentes el nuevo modo social no será tan acentuado ni permanecerá por mucho tiempo sin tener que ser supervisado, y tal vez intervenido, por los adultos. La minimización de los riesgos y el desafío al peligro son característicos en los adolescentes, y si añadimos las conductas de compartir (alcohol, sexo, drogas), típicas de la edad, este grupo demográfico definitivamente será el más vulnerable al contagio. Costará mucho trabajo enseñarles a protegerse sin perder su individualidad.

No sabemos a ciencia cierta de qué maneras estas restricciones afectarán a los niños, sobre todo a los menores de 5 años. Es durante ese primer periodo cuando se comienza a estructurar su personalidad, y el continuo contacto social le permite desarrollar y hacer ajustes en sus potencialidades, en gran parte mediante el ensayo y error, hasta sentirse acoplado a su realidad. Es así como se adquiere autoconfianza, asertividad y competitividad. La interacción social infantil es imprescindible e irreemplazable. Habrá que ir exponiendo al niño, tomando las precauciones del caso, a contextos sociales gradualmente más complejos e integrativos, complementando sus experiencias con la ayuda de videos sobre el tema y con el modelaje de conductas apropiadas por parte de sus padres y hermanos mayores. La clave es reforzar (estimular) cada conducta que el niño realice en la dirección correcta, motivándolo a que la repita y premiándolo (halagándolo) para lograr que la aprenda. Luego podrá producirla en el escenario social apropiado. (O)