Recuerdo el día en que mi abuelo, en su jardín, me mostró entre sus dedos un trébol y me lo presentó como un pequeño tesoro de la naturaleza que debía apreciar. Desde aquel día siento que cada trébol que veo es algo especial. Lo hizo así con muchas otras cosas sencillas, él se conectaba conmigo y mi sensibilidad. Y así pude nutrirme, en nuestra relación de abuelo y nieta, de su riqueza personal. Me enseñó a descubrir y disfrutar de cosas pequeñas. Ahora comprendo que lo que él hizo fue regalarme la “educación en el asombro”.

Comparto con ustedes unos párrafos del libro de Catherine L'Ecuyer Educar en el asombro, que fundamentan con la teoría esta experiencia.

El asombro, dice Platón, es el principio del conocimiento. Los niños tienen un sentido del asombro admirable y son capaces de sorprenderse ante cosas muy pequeñas y que forman parte de lo cotidiano. Ese sentido de asombro es lo que los lleva a descubrir el mundo, porque les genera más curiosidad, y esta les pone en marcha la autonomía para entender los mecanismos naturales de los objetos que los rodean, a través de su experiencia, por deseo propio.

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Cuando les damos a los niños incontables estímulos externos, pantallas u otros que suplantan su asombro, anulamos su capacidad de motivarse por sí mismos, anulamos su voluntad. Luego el niño no es capaz de ilusionarse ni asombrarse por nada. A veces, su adicción a la estimulación visual lo llevará a buscar sensaciones cada vez más fuertes, a las que también se acostumbrará, volviéndose apático, falto de deseo y en constante estado de aburrimiento.

Cultivar el asombro en los más pequeños es un verdadero gozo espiritual que no solo es útil para ellos, sino valioso. Valioso para nosotros y para los que tenemos amorosamente a cargo. El esfuerzo por este tipo de educación debe ser proactiva y decidida, porque de lo contrario podríamos perdernos, nosotros o los pequeños entre clicks, links, enter y space que nos atrapan y confunden en el dominio digital. Podremos sentirnos superdiestros y actualizados, pero que en realidad nos estamos transformando más en espectadores y menos en protagonistas del aprendizaje y de la posibilidad de asombrarnos y transmitir el asombro con experiencias del entorno, que cultivan el hambre de conocer cada día más. (O)