Cuando estaba en la secundaria tuve una maestra de esas que no se olvidan: Olguita Macías de Amores. Gracias a ella me acerqué a la literatura no solo sin miedo, sino también con agrado. Olguita tenía una técnica que dominaba con astucia: conectaba mi interés con el suyo para lograr su objetivo. Así es como un día me vi leyendo biografías de pintores, porque ella notó que el arte y las historias reales eran las dos cosas que más me gustaban. Una maestra así le facilitó el trabajo a las que vinieron después, por fortuna cada una mejor que otra.

Años después conocí a otra Olguita, ya no en una clase sino en un consultorio. Por cuestiones de salud empecé a buscar nuevas formas de sanar y di con la naturopatía y con Olguita Guevara. Con ella aprendí a hacer cambios de hábitos, desde los más superficiales hasta los más profundos. Sus consultas eran como masterclasses, de esas que se ven en internet. Me impresiona encontrarme ahora con cursos y diplomados en los que enseñan como novedoso lo que ella me compartía hace casi veinte años.

Mis dos Olguitas, maestras del mundo real, hoy serían unas gurús en el mundo online si hicieran un salto a la plataforma virtual. Cada día conozco personas que usan una misma receta para atraer alumnos: empiezan con una masterclass gratis y, si te gusta, te inscribes a su curso. Las clases las tomas desde donde estés y las facilidades de pago se aplican a cada país. La estrategia es la misma y quizá hasta la metodología sea similar, pero la calidad de los docentes es la que hace la diferencia.

Mi deseo para el nuevo año es que ese mundo online se llene de maestros comprometidos en hacer un mundo mejor y que los usuarios seamos capaces de discernir si sus cursos son un negociado o un negocio en el que ambas partes realmente se benefician. (O)