Varios escritores, a lo largo de la historia, han logrado ponerle palabras a ese dolor insondable que es la muerte de un ser querido. Sollozo por Pedro Jara, del ecuatoriano Efraín Jara Idrovo, sobre la pérdida del hijo, es un poema conmovedor; como lo son, de igual modo, las novelas Lo que no tiene nombre, de la colombiana Piedad Bonnett, en la que narra el suicidio del hijo; o La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero, en cuyas páginas la española habla del final del esposo. No hay nada más común y a la vez nada más extraño y singular que el luto. Es vivido en algún momento por todos y, sin embargo, para cada quien es nuevo, devastador y único.