Las banderas independentistas de muchos balcones de Barcelona resisten como pueden al paso del tiempo. Desteñidas y rasgadas asisten al eterno camino hacia la independencia de Cataluña, que empieza a desesperar tanto a partidarios como a detractores.

"Uno empieza a cansarse, se hace largo y los avances son pocos", asegura Josep Cuspinera en el barrio de Gracia, el más independentista de la capital catalana.

Algo más al norte, en la zona menos nacionalista, en el Nou Barris, el sentimiento es similar: "Hasta las narices del tema", protesta abiertamente Rosa Martínez.

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El último episodio de esta larga telenovela se produjo el miércoles cuando se rompió la alianza de partidos independentistas que debía lanzar un plan de ruptura unilateral con España.

La izquierda radical Candidatura de Unidad Popular (CUP) rechazó los presupuestos del gobierno, una pieza clave para financiar su proyecto, y dejó en minoría al gobierno de coalición del presidente Carles Puigdemont.

Éste optó por detener el proceso independentista y someterse a una moción de confianza en septiembre. Si la perdiese, el parlamento regional tendría dos meses para investir un nuevo presidente o convocar nuevas elecciones, las cuartas desde 2010.

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Ese año, una sentencia del Tribunal Constitucional limitando el autogobierno regional fue el detonante del auge del nacionalismo en esta región de 7,5 millones de habitantes.

"Todo sigue igual" 

"La independencia yo la veo muy lejos, de hecho ya apenas la veo", reconoce Cuspinera. A sus 70 años, siguen regentando una pequeña tienda de sartenes y cazos en el mercado del barrio de Gracia, donde casi un 60% de los electores apoyaron al independentismo en septiembre de 2015.

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"Aquí muchos quieren la independencia pero están cansados de tanta pelea entre políticos y se desaniman", admite. Alrededor del mercado, se siguen vislumbrando muchas banderas independentistas, desteñidas la mayoría, que desde hace años se encuentran en todos los rincones de la región.

Empujados por un creciente nacionalismo y el malestar de la crisis económica, centenares de miles de catalanes se echan a la calle desde 2012 para reclamar la independencia de esta rica región mediterránea, con una cultura e idioma propios.

En noviembre de 2014, 1,8 millones de personas apostaron por la secesión en una consulta sin valor jurídico y en septiembre de 2015 las fuerzas independentistas consiguieron la mayoría absoluta del parlamento regional prometiendo separarse de España en un plazo de 18 meses.

"Pero todo sigue igual o peor", resume Gemma Boix, administrativa de 39 años. "Nos manifestamos cincuenta veces, votamos cada dos años pero nada, al final no cambia nada".

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Ante la imposibilidad de celebrar un referéndum de autodeterminación como hicieron Escocia o Quebec, por el rechazo de la mayoría de partidos españoles, los independentistas se habían encomendado a este plan unilateral del gobierno para proclamar una república independiente.

Pero "en estas condiciones, no se puede continuar", reconoció el miércoles el presidente Puigdemont tras quedarse en minoría en la cámara regional.

"Problemas más serios"

"Les está bien merecido", celebra Rosa Martínez, una trabajadora doméstica de 54 años. Vive en Nou Barris, el distrito más pobre de Barcelona y también el menos independentista: en septiembre, apenas un 30% de sus habitantes apostó por la secesión.

"Aquí tenemos problemas mucho más serios: yo me paso el día limpiando casas, mi marido trabaja mil horas y apenas llegamos a final de mes. Y ellos sólo hablan de independencia", protesta.

La cuestión monopoliza la actualidad de la región: no hay día en la televisión pública regional en que no se hable de ello ni debate parlamentario en que no salga la independencia a relucir.

"Es mucho tiempo y dinero perdido para algo que muchos no queremos", lamenta Santiago Lapa, un agente de seguros de 44 años. Él forma parte del 52% de los votantes que no apostaron por la independencia en las últimas elecciones, a menudo olvidados por el gobierno regional.

"Llevamos cinco años con esto y en cinco años seguiremos igual: en España, pagando impuestos a Madrid y con el Barça jugando en la Liga española", aventura.

Pero Puigdemont no desiste y reiteró su "compromiso de llevar Cataluña a las puertas de la independencia". El culebrón catalán continúa. (I)