Vivimos dominados por esa sensación de un futuro donde las certezas no abundan y para más, los electores escogen a personas cuya capacidad de embaucarlos parece ilimitada. No se sostienen en ninguna lógica que no sea aquella que recrea una realidad de imposible cumplimento. Abundan los demagogos –aquellos que hunden a los pueblos manipulándolos– y carecemos de anagogos, aquellos que los elevan. El malestar se manifiesta escogiendo a quienes dejaran las cosas peores, basados en el concepto de que han sido capaces de interpretar el malestar aunque su oferta electoral esté distante de la racionalidad y aun peor: de la posibilidad.

¿Cómo creer que Trump volverá a generar empleo en un tiempo dominado por la tecnología y donde la educación y el conocimiento constituyen 2/3 de la riqueza del mundo? Claramente el trabajador de carbón no podrá vivir el pasado de mediados del siglo pasado cuando podían poluir sin costos ni restricciones y además ganar un salario conseguido en luchas sindicales ardorosamente disputadas con los patrones. Hoy el sector tecnológico o posindustrial domina ampliamente en ese país con un valor en Bolsa de sus acciones muy superiores a los que en su tiempo tuvieron las del sector industrial. Trump es un mentiroso porque sabe muy bien que esa realidad no volverá ni ahí ni en ninguna otra parte. En vez de elevar las condiciones de esas personas que quedaron rezagadas buscará primero culpar y luego castigar a sectores que con la generación de riqueza en el exterior lograron mover economías muy deprimidas como las de China, India, Vietnam e incluso México. Ahora se perseguirá a todo inversor creyendo tontamente que volverán a abrir fábricas en EE.UU. cuando esa posibilidad es de imposible cumplimiento.

Estos tiempos requieren no de legisladores sino de exégetas. De aquellos que interpreten nuestra matriz cultural y el mundo nuevo que nos toca vivir. Aquellos que aprovechen la fortaleza de nuestras sociedades y no aviven los miedos y debilidades con los que convivimos diariamente.

El político gana el poder sobre la mentira de la realidad y esta después se encarga de engullirle. Requerimos sensatez y realismo. Necesitamos líderes pragmáticos que le digan como Churchill a los ingleses que solo les prometía “sangre, sudor y lágrimas”. Claro, alguno dirá con razón quién escoge a un conductor que hable así si no estamos en guerra. Pero quién afirmó que no lo estamos. La guerra contra la ignorancia, el analfabetismo, el precario sistema de salud son contiendas que se libran todos los días en una América Latina que debe abandonar los cuentos que hacen sus políticos para gozar de los privilegios que otorga el poder y seguir condenando lo mismo antes y ahora a un pueblo postergado y engañado.

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Debemos ser sinceros. Estos tiempos requieren no de legisladores sino de exégetas. De aquellos que interpreten nuestra matriz cultural y el mundo nuevo que nos toca vivir. Aquellos que aprovechen la fortaleza de nuestras sociedades y no aviven los miedos y debilidades con los que convivimos diariamente.

La lucidez de los liderazgos no es detectar solo los malestares de la sociedad, sino responder con capacidad a los desafíos de transformación de un mundo dominado por el conocimiento y la inteligencia. Lo otro solo engendra tiranos, pobreza y marginalidad. Hoy sabemos con mayor crudeza lo que nos duele, solo nos falta determinar su cura y su rehabilitación. Ese es el compromiso colectivo de representantes y representados. (O)