Si cabe la analogía, el Metro de Quito es como un flamante bus del siglo XXI al que le faltan, por lo menos, el chofer, el torniquete para que los pasajeros pasen y paguen, todo el sistema tecnológico y la red de conexiones de trasbordo. Sin ello, los 22 kilómetros del túnel construido, los 18 trenes de seis vagones y las 15 estaciones, prácticamente, no sirven de mucho. O, si se trata de cumplir el fin principal, que es el transporte de pasajeros, no sirven de nada, aún.