Karla Medina, de 35 años de edad, amplió su espectro laboral buscando empleo en áreas para las que no se preparó en la educación superior desde que perdió su puesto formal en 2020 por los recortes debido a la pandemia del COVID-19.

Ella ha postulado para puestos dentro de la actividad comercial y de servicios generales, pero en algunas de las entrevistas le han hecho ver que su condición de madre soltera y su edad, pasada ya de los 30 años, son un impedimento para que ocupe la plaza.

Publicidad

Los comentarios son directos y con poca sutileza. “Usted tiene un buen perfil, pero necesitamos alguien un poco más disponible e igual un hijo demanda tiempo”. “Queremos alguien más joven pese a su experiencia”, son los peros que le plantean a Karla.

”Hay la concepción de que a la gente sin hijos se les puede exigir un poco más, incluso ven las cargas al momento de pagar las utilidades entonces a muchas empresas no les conviene y prefieren gente soltera. Todos tenemos prioridades, pero al momento de trabajar todos tenemos las mismas capacidades de responder dentro de las posibilidades”, dice.

‘Mi profesor puso diapositivas de mujeres en ropa interior y dijo: ‘yo sé que están superbuenas’ y todos se reían’, cuenta universitaria sobre conductas machistas en Ecuador

Al ser madres solteras asumen también que tendremos menos concentración porque supuestamente ocupamos más la mente en nuestros hijos, agrega: “En realidad no es así, incluso como madres solas somos más flexibles en este sentido porque tenemos una visión un poco más amplia y hay cambios a nivel creativo”.

Publicidad

En su trajinar hallando empleo se topa con formularios de empresas que no puede completar cuando coloca que es mujer.

“Automáticamente me sale un mensaje que no cumplo los requisitos. Me pasó cuando postulé a uno que era para limpieza hospitalaria. Quiero algo con un ingreso estable”.

En las entrevistas le han preguntado y Karla responde con sinceridad que es madre soltera, que vive con sus padres y que es cabeza de hogar.

La otra razón típica es no tener la experiencia en el campo que se aplica. “Siento que a las mujeres no nos dan la oportunidad de incursionar en otras áreas”, agrega.

Karla es parte de las 3′519.851 mujeres mayores de 15 años que en junio último eran parte de la Población Económicamente Activa (PEA), que incluye a las que tienen trabajo o lo buscan.

En su caso es agrupada de forma más específica en las 166.612 mujeres de la PEA que a junio pasado estaban desempleadas, lo que implica que el 51,5 % de las personas sin empleo del país son mujeres, evidencia de que hay menos oportunidades para ellas.

>

Esto ocurre pese a que hay menos mujeres conformando el mercado laboral (PEA) en relación a los hombres.

El 52,8 % de las mujeres en edad de trabajar (las que tienen 15 años o más) son parte de la PEA. En los hombres esta proporción es mayor. El 77,3 % con edad de trabajar integran el mercado laboral.

Casi la mitad de las mujeres en edad de trabajar son consideradas inactivas y están fuera del mercado laboral

Las mujeres excluidas de las cifras oficiales de empleo porque no tienen trabajo y tampoco lo buscan sumaban 3′144.036 en junio (47,2 % del total con edad para trabajar). Estas son agrupadas en la Población Económicamente Inactiva (PEI). Son personas en edad productiva cuyo potencial no se aprovecha.

Mientras que hay 1′447.319 hombres con edad para trabajar que se considera que están en la inactividad.

‘En una situación donde no haya armas, sí podemos defendernos’, dice instructora de artes marciales: van 307 muertes de mujeres en contexto delictivo entre enero y julio

Aún así la tasa de desempleo femenina es superior ya que se ubica en 4,7 % frente al 3,2 % de la de los hombres en junio.

Menos proporción de mujeres están dentro de la PEA de las que deberían estar pese a que representan el 56 % de las personas que se matriculan en la educación superior cada año.

Sin embargo, no tienen un igual peso en el mercado laboral ya que el 41,7 % de la PEA son mujeres.

La pandemia del COVID-19 afectó las estructuras laborales del país, dice Nereyda Espinoza, catedrática de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanísticas de la Escuela Superior Politécnica del Litoral.

“Las mujeres tienen que demostrar dos veces lo que pueden hacer para equiparar el peso de lo que hace el hombre. Esta discriminación que existe hacia la mujer, sobretodo cuando está en edad reproductiva, afecta su carrera profesional, su incursión en el mercado laboral y trayectoria de forma negativa”.

Esto se evidencia en los cambios de las áreas en las que trabajan las mujeres. El 41 % de las que tienen empleo en junio trabajaban en la rama de servicios, el 28,9 % en agricultura, el 21,2 % en el área comercial y el 8,5 % en manufactura, distribución que se mantiene en los últimos siete años a excepción de una.

Ahora más mujeres trabajan en el sector de agricultura, ya que pasaron a representar el 23 % en 2016 al 28 % en este año.

La situación se da en detrimento del sector manufactura cuya participación femenina bajó del 10 % al 7 %. Este último es un área con ingresos promedio superiores al del resto de sectores.

“Tiene sentido que después de la pandemia muchas mujeres quedaron desempleadas del sector manufactura y han terminado trabajando en la agricultura, una actividad más informal con un salario promedio inferior incluso con respecto a los hombres en el mismo sector”, dice Espinoza.

Las mujeres llevaron la peor parte tras el COVID-19. Las cifras evidencian que el 52,8% de las que tienen edad de trabajar tenían empleo o lo buscaban en junio pasado. No se logra llegar al porcentaje del 55,5% que eran parte de la PEA en el mismo mes del 2019 antes de la pandemia.

Incluso durante la pandemia y tras ella ha bajado aún más la participación de las mujeres en edad de trabajar dentro de la PEA. En junio de 2022 eran 3′581.740 y en ese mismo mes de este año fueron 3′519.851, es decir, hay 61.889 menos, pese a que la población en edad de trabajar siempre aumenta.

Mientras que la participación de los hombres dentro de la PEA se mantiene o ya se ha superado el porcentaje de la pre pandemia.

“Las mujeres han salido de la fuerza laboral. Aunque la situación económica del país no es la más adecuada podría atribuir que se debe al tema de la violencia. No veo otro factor porque es algo atípico. Sé que es un periodo muy corto, desde el último trimestre de 2022 ha empezado a caer la participación de la mujer”, asegura Espinoza.

La violencia afecta el mercado laboral de alguna forma, acota, que está haciendo que las mujeres se retiren de la fuerza laboral. “Esto es algo nuevo, pero si las tendencias siguen así para para fines de año esperamos que salgan del mercado otras 200 mil mujeres. La única razón es que la delincuencia está afectando a estos niveles”.

El que la mayor parte de las mujeres sean empleadas en el sector servicios responde a la segregación ocupacional existente, agrega la especialista de la Espol. “Las mujeres se dedican más al cuidado de niños, educación, salud”.

Hay una diferencia salarial promedio entre hombres y mujeres que se ahondó por la pandemia

Las brechas salariales entre hombres y mujeres también se mantienen.

El ingreso laboral promedio de ellos en junio pasado fue de 477,9 dólares, mientras que el de ellas asciende a 405,1 dólares, es decir, hay una diferencia de 72,8 dólares.

Esto se evidencia en el tiempo promedio de trabajo. Las mujeres laboran 31,64 horas a la semana, mientras que los hombres 37,74 horas. Sin embargo, el costo del trabajo femenino por hora es inferior al de los hombres. “Por cada dólar que gana un hombre, las mujeres obtienen $ 0,85 centavos, esto se incrementa dependiendo de la rama de actividad o del tipo de ocupación”, asegura Espinoza.

Las que laboran de forma independiente ganan 44,2 % promedio menos que sus pares hombres que están en la misma condición. Obtuvieron 268,5 dólares promedio en junio pasado, mientras que los trabajadores independientes ganaron un promedio de 481,4 dólares.

Si las empresas están más dispuestas a contratar a hombres y ofrecerles mejor salario, pues eso es un signo de discriminación. Entonces por más que las mujeres en cantidad, se gradúen más que los hombres de la universidad, pues son menos contratadas y con menores condiciones respecto a los hombres”, indica la especialista.

La brecha se reduce a un paso muy lento, pero la pandemia detuvo esta mejora en la región de América Latina. “En algunos países como Ecuador hay peores indicadores respecto a otros países. Cerrar está brecha es difícil. Todo está ligado a los estereotipos, discriminación y al machismo”, dice Espinoza.

La disparidad debe ser vista como algo más global ya que no solo se centra en la diferencia de ingresos. De ahí que al momento de analizar estas diferencias se toma en cuenta cinco indicadores. Estos son el porcentaje de participación de la mujer en edad de trabajar dentro de la PEA, la tasa de empleo, la de desempleo, la informalidad y por último, los ingresos, explica Espinoza.

La investigadora de la Espol plantea que para reducir las brechas hay que trabajar en el tema de la igualdad salarial, que todos reciban el mismo salario por el mismo trabajo, pero todavía existe una discriminación, asegura.

Un reciente estudio indica que el 30 % de esta brecha salarial no se puede explicar. Esto se deduce cuando se mide o compara a los hombres y mujeres con características iguales. Aquello significa, indica Espinoza, que en este porcentaje influyen los estereotipos y prejuicios. “Se debe a la discriminación, a tí te pago más porque eres hombre y a ti menos por ser mujer”.

El segundo planteamiento está en la cancha de las oportunidades. “Aquí las empresas privadas tienen un papel fundamental porque pueden ayudar a que se superen, a que asuman más responsabilidades, a que puedan desempeñar cargos directivos de gerencia y eso, por lo tanto, las va a equiparar en el mercado laboral”.

Y por último la generación de políticas públicas para que las mujeres puedan tener más flexibilidad en el cuidado del hogar y que los hombres tengan esa facilidad en el trabajo para acoger también este rol. “La idea es que no recaiga todo en la mujer, este peso de la administración y cuidado del hogar, sino que también el hombre tenga esa facilidad en su propio trabajo para, por ejemplo, llevar a sus hijos al médico, recogerlos y que estos papeles no solamente los hagan las mujeres”. Esto se denomina medidas de conciliación familiar.

Una de estas políticas es que existan guarderías de acceso gratuito y de calidad.

Un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo señala que si los países aplicaran estas políticas de cuidado infantil la participación laboral femenina aumentaría entre un 7% y 9%. “Eso se traduciría en incrementos del PIB per cápita entre un 4% y un 6%”.

Ana (nombre protegido), de 22 años, tiene previsto egresar de la Universidad de Guayaquil en febrero próximo con su título de tercer nivel, pero ha trabajado y busca empleo desde que cumplió la mayoría de edad.

Su primer trabajo fue en un call center en el que trabajaba hasta siete horas diarias, pero ganaba menos del mínimo vigente de ese año.

Ella se ha topado con trabas al momento de conseguir empleo. Hay ofertas en las que de por sí excluyen a las mujeres como en los trabajos para bodegueros, pero también hay otros puestos, como saloneras para restobares, en los que solo solicitan mujeres. (I)

En Ecuador se registraron 122 femicidios de enero a abril de 2023, según organizaciones sociales