La parrilla había quedado vacía. La carne, el pollo y la chuleta, que vendían con arroz y menestra a ‘dolarazo’ los fines de semana, se habían acabado.

La brasa aún estaba encendida cuando la tía Jéssica llegó con unos pescados para compartir. Adobados fueron directo al fogón, que humeaba en el portal de la casa. El abuelito venteaba para asar los filetes, mientras una decena de parientes conversaban y reían. Ahí, en la acera y a los pies de todos, estaba el más pequeño de la familia, Renato, de 5 años. Entretenido en su tableta y sentado en las piernas de su prima, el “conchito” esperaba que se dore su porción.

“Al bebe le encantaba el marisco; me dijo: ‘Tía, yo también quiero pescadito’, y se sentó en la vereda a esperar”, relata la tía Jéssica al recordar –el 13 de diciembre– a su sobrino Renato, quien hace siete meses fue víctima colateral de la violencia que desangra al país.

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El 6 de mayo, a quince días de cumplir 6 años, un ataque armado en contra de su familia le arrebató la vida a este pequeño, uno de los 455 niños y adolescentes que han muerto por homicidios inintencionales en el país entre enero y septiembre de este 2023, según datos del Ministerio del Interior, actualizados en octubre.

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Y esta desgarradora cifra sigue aumentando. El lunes 11 de diciembre, cuatro hermanos y su madre fueron acribillados mientras dormían en su casa, en la cooperativa Guayas y Quil 2, del Guasmo sur. Los sicarios, según la Policía, “se habían equivocado” de vivienda.

“Por un error les quitaron la vida”, dice afligida la tía Jéssica sobre esta noticia que conmocionó al país. Talvez, cree ella, se equivocaron también con su familia, porque asegura que no se explica por qué arremetieron así en contra de ellos: “Si tenían alguna represalia contra alguien, ¿por qué no van directamente a esa persona?, ¿por qué venir así?. Talvez diríamos ‘bueno, nos pasó eso porque andábamos en cosas malas’, pero no, nada”.

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Los “malos recuerdos” de aquella noche regresan a su memoria. Faltaban pocos minutos para las 21:30 del 6 de mayo cuando un ‘golpe’ fuerte atrajo la mirada de toda la familia que esperaba el asado en el portal de la casa, en Medardo Ángel Silva y callejón 32, suroeste de Guayaquil. El estruendo provenía de un auto rojo que cayó en un bache, a escasos diez metros de ellos. Enseguida, las cuatro puertas del carro se abrieron y sujetos desconocidos se bajaron armados con fusiles. “Primero dispararon a unos viejitos que estaban en la esquina y, luego, a todos los que estábamos ahí”.

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Todo pasó rápido, estima que fueron seis, siete segundos. “Mi hija –prima de Renato– corrió y jaló al bebe, pero creo que ahí le cayó un impacto (de bala) y se le soltó”, narra la tía Jéssica, quien cerró los ojos hasta que las detonaciones cesaron. Al abrirlos de nuevo, el escenario fue desgarrador: su sobrino Renato, inconsciente, sangraba sobre los pies del cuerpo sin vida de su hermana, María Verónica (23); su papá (73) no podía levantarse por los proyectiles que le traspasaron una pierna; su hermana Jacky se sostenía la mano destrozada; y su hija y otros niños también quedaron heridos.

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En medio de gritos y llanto, los padres de Renato lo cargaron y lo trasladaron hasta el hospital Guayaquil, pero los seis impactos en el cuerpo apagaron la vida del pequeño, al que le encantaban las cumbias y se ‘desbarataba’ con sus pasos y meneos de hombros al bailar: “Su pá (papá) le decía: ‘Ahora, mijo’ y más se movía”.

Su alegría y ocurrencias las reviven a diario, entre lágrimas, al verlo en videos que su pá comparte en grupos familiares. “Todos los días nos acordamos del bebe”, dice afligida, secándose las mejillas.

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Han pasado siete meses y el dolor está intacto. “Esta Navidad no tenemos emociones de nada, es como cualquier día, solo hay tristeza. ¿Cuántas familias más están así?, tantas familias de gente que han matado, gente mala que no tiene corazón (...), no les da remordimiento matar, peor a un inocente que no tiene culpa de nada”, reflexiona la tía Jéssica, a quien le consuela saber que su sobrino “está en los brazos de Dios, Dios lo quiso para él, pero no era la manera”.

Los casi seis años que lo vieron crecer les “llenó de felicidad con sus locuras y ocurrencias”. “Lo extrañamos mucho”, dice la tía Jacky con voz temblorosa, intentando contener el llanto. Pero es inevitable, la cicatriz del proyectil que le fracturó la mano la tortura con los recuerdos de esa noche. (I)

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Familiares no denunciaron el asesinato por temor

“No denunciamos por temor, no sabemos por qué ni quiénes lo hicieron y, así sepamos, no podemos hacer nada con tanta delincuencia. No hay vuelta atrás, nada nos va a devolver al bebé y a mi hermana”, comenta un pariente, a siete meses del ataque en contra de su familia.

Ni la Fiscalía ni la Policía, asegura, se han contactado con ellos. “Policías vinieron a los dos días de lo que pasó, vieron que había cámaras en una casa grande, pero (los dueños) no dieron las grabaciones por temor, no querían problemas”, lamenta una de las tías del pequeño, quien considera que la Fiscalía debía investigar el caso de oficio para hallar a los responsables y castigarlos.

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“Uno no denuncia nada, porque dentro de la misma Policía hay corrupción, hay gente de bandas infiltrada”, cuestiona un vecino, quien critica que en este caso no hubo detenidos.

Los cuerpos de Renato y María Verónica fueron sepultados en el cementerio Ángel María Canals, ubicado en el suburbio. Mientras que la vivienda, donde ocurrió el ataque, fue desocupada a los pocos días del velorio. Los parientes que habitaron allí dejaron la propiedad para cambiarse de barrio, atemorizados, desplazados por la violencia. (I)