Las crónicas periodísticas sobre los resultados electorales en Brasil destacan la entusiasta reacción de los mercados a la enorme votación obtenida por Jair Bolsonaro en la primera vuelta presidencial. El entusiasmo se reflejó en aumentos inmediatos en los índices bursátiles brasileños. Bolsonaro es un exparacaidista del ejército, con una polémica carrera parlamentaria –se lo tenía como un bufón– que promete combatir el comunismo y el socialismo con mano dura, y aplicar una política económica de libre mercado. Aunque Bolsonaro es una apuesta riesgosa, casi un tiro al aire en un Brasil cansado de sí mismo, los mercados confían en un triunfo suyo en el balotaje.

Como actores políticos, los mercados son desconcertantes: una voz anónima, sin rostro, habla antes y después de las elecciones a través de los indicadores bursátiles. Imponen un lenguaje que opaca una visión más integral de los procesos políticos e impide una mejor valoración de sus sentidos. El presidente chileno, Sebastián Piñera, ejemplificó bien esta postura cuando afirmó, tras conocerse los primeros resultados, que el plan económico de Bolsonaro iba en la dirección correcta. Piñera ha sido muy criticado: ese discreto elogio y apoyo deja de lado todo lo demás de Bolsonaro: su racismo, homofobia, sexismo, su condena a la ideología de género, sus elogios a los métodos violentos para limpiar la sociedad de los indeseables... Bolsonaro promete imponer un sentido del orden a través de métodos violentos. Sus elogios nostálgicos de la dictadura convierten a la fuerza, guiada por la apelación absoluta a Dios, en el mecanismo privilegiado de la política.

La envoltura ideológica con la que viene Bolsonaro no preocupa a los mercados, menos todavía si su equipo económico proclama un alineamiento con políticas que liberen al mercado de las trabas gubernamentales. No se trata de un fenómeno aislado en el mundo contemporáneo, sino una expresión extrema de los llamados populismos de derecha. Algo similar ocurre, por ejemplo, en los Estados Unidos con Donald Trump. La destrucción de valores, instituciones, sentidos de la democracia, de la decencia, del respeto y la tolerancia, son dejados de lado por quienes respiran contentos con la robustez de los mercados, los buenos desempeños de Wall Street y un crecimiento sostenido gracias a una inédita reducción de impuestos a las grandes corporaciones. Mientras hablen los mercados, todo lo demás se puede pasar por alto. No hay una conexión natural, obviamente, entre mercado, autoritarismo y/o fascismo, pero cuando los mercados se vuelven indiferentes a las otras dimensiones de la vida política, pueden legitimar el ultraderechismo en nombre –como dijo Piñera– de la línea correcta en política económica.

En el fondo, hay una convergencia global desde múltiples polos en torno a un mismo horizonte: un capitalismo robusto, próspero, cuyo entorno social, con todos sus vicios de desigualdad, marginalidad, violencia, corrupción, delincuencia, se limpia con mano dura. Impresiona la rapidez y radicalidad del giro ideológico en Brasil donde el objetivo de una amplia mayoría es hoy arrasar con toda la herencia del PT, no dejar piedra sobre piedra. A la vuelta de dos décadas, Brasil vive el regreso radical de una política de los mercados envuelta en un lenguaje fascista. Y las bolsas lo festejan. (O)