Sócrates duerme plácidamente en su celda. Un tribunal lo ha condenado a muerte por introducir nuevos dioses y corromper a la juventud. Aunque durante el juicio demostró su inocencia, el jurado, indignado por la forma en que cuestiona las creencias populares, lo ha sentenciado a morir bebiendo cicuta.

Es muy temprano por la mañana y Critón, el amigo y discípulo, llega con una propuesta: “Hazme caso y sálvate”. Critón intenta convencer a Sócrates de que se fugue de la cárcel y evite cumplir la condena. Le recuerda que se trata de una cuestión de vida o muerte; que sus amigos perderán un guía y una fuente de conocimiento; que sus hijos quedarán huérfanos; que la opinión de la mayoría es que uno debe escaparse de la muerte si puede. Pero Sócrates no se convence. Desecha cada argumento de Critón: aun en las cuestiones de vida y muerte hay que actuar de acuerdo con los principios; los amigos y los hijos son importantes, pero más importante es obrar justamente; la opinión de la mayoría no es relevante porque la razón no es una cuestión de votos.

Sócrates va más allá. Quiere dejar en claro por qué es moralmente incorrecto fugarse de la cárcel. Utilizando la prosopopeya (figura retórica que consiste en atribuir cualidades propias de un ser animado a un ser inanimado) se imagina una conversación con las leyes. Si decide fugarse, las leyes lo increparían: “¿Te parece a ti que pueda aún existir sin arruinarse la ciudad en la que los juicios que se producen no tienen efecto alguno, sino que son invalidados por particulares y quedan anulados?” Sócrates sabe que un Estado en donde sus ciudadanos se excusan de cumplir las sentencias de los jueces bajo el argumento de que son injustas, es insostenible. No se puede responder a una injusticia, una sentencia judicial equivocada, con otra injusticia, desacatar a los jueces. Y, por sobre todo, sería una contradicción que después de haber dedicado una vida a abogar porque sus conciudadanos obren de forma justa, ahora decida, para salvarse, obrar de forma injusta.

Rafael Correa no es ningún Sócrates. Ante el dictamen del oráculo de Delfos de que Sócrates es el hombre más sabio, Sócrates humildemente concluye que él solo es el más sabio porque sabe que no sabe nada. Ante el dictamen del oráculo de Delfos de que Sócrates es el hombre más sabio, podemos imaginarnos a Correa diciendo que el oráculo está equivocado, que el más sabio es en realidad él mismo, y que la Pitonisa es una gordita horrorosa que obedece a los grupos de poder. Ante la sentencia condenatoria, Sócrates acepta y se dispone a cumplir la pena con dignidad. Ante la sentencia condenatoria, Correa dice que la justicia está politizada y se niega a acatar. Sócrates decide morir antes que contradecirse. Correa es todo contradicción: antes calificaba de cobardes a los que huían, pero ahora hace exactamente lo mismo.

Sócrates ejemplifica los valores de la civilización occidental. El hombre comprometido con la verdad, que vive y muere en coherencia con sus principios. Y está claro: Rafael Correa no es ningún Sócrates. (O)

* Profesor de Derecho.