Esta ha sido una semana de grandes cambios. En primer lugar, porque los nuevos prefectos, alcaldes, concejales y vocales de juntas parroquiales han sido posesionados. Segundo, porque quienes pensaban que la época electoral era la de mayor trabajo, se equivocaron, ya que ahora es cuando comienza el trabajo verdadero. Tercero, porque después de diez años de asfixia revolucionaria existe la esperanza de trabajar con mayor libertad en las administraciones locales que tantos desafíos tienen por enfrentar.

A pesar de lo último, hay dos administraciones locales que merecen ser destacadas: las alcaldías de Guayaquil y Samborondón. Durante diez años tuvieron que remar contra corriente, con alcaldes que no eran del partido de Gobierno y sin una maquinaria partidista ni comunicacional como la de la Revolución Ciudadana. Supieron no solo sacar a flote a sus ciudades, sino que consiguieron desarrollarlas en términos económicos y sociales pese a la mano estranguladora del correato.

En el caso de Samborondón, las aportaciones de los contribuyentes y las inversiones del sector privado se convirtieron en la piedra angular para que la Alcaldía pueda ofrecer diversos servicios y obras de calidad tanto en las zonas urbanas como rurales. Coco Yúnez con su amplia trayectoria consiguió convertir un territorio virgen en un macroproyecto habitacional y comercial de primera categoría y digno de replicar.

La realidad de Guayaquil no ha sido tan distinta, ya que Nebot logró confirmar que la autogestión es la clave para el éxito. Las alianzas con la empresa privada y las múltiples regeneraciones urbanas han hecho de ella una ciudad en constante transformación.

Las conquistas de estas administraciones se han visto legitimadas por el voto y la confianza de los ciudadanos. El aprecio que le tienen los guayaquileños a Nebot es indiscutible, principalmente por el giro de 180 grados que le dio a la ciudad, convirtiéndola en referente a nivel nacional y latinoamericano. También por su vehemente lucha y coraje al defenderla todas las veces que fue vulnerada por gobernantes autoritarios, que en su afán por controlarla despotricaron no solo sobre su administrador local, sino también sobre su pueblo.

Es también notorio el cariño que le tienen los samborondeños a Yúnez, producto de que fue un alcalde cercano, que conocía de memoria a todas las familias de la ciudad y llamaba por su nombre a quien se encontrara por la calle, y que sin tapujos compartía un seco de pato y las tradicionales rosquitas luego de recorrer varios recintos. Además de esto, supo acercar a dos realidades, la urbana y la rural y trabajar por ambas.

En definitiva, estos son los alcaldes que tenemos que recordar, porque son quienes han dejado la vara en alto. No obstante, hay que aceptar que hay mucho por hacer, pero el estándar ya queda fijado. Prosperidad, libertad y trabajo son las líneas de actuación que nos dejan estas administraciones y son estas las que los nuevos funcionarios tendrán que aplicar para continuar la obra de desarrollo de nuestras ciudades.(O)