“Se olvida de que su país no es una Cuba solo gracias a los que tuvieron el coraje de dar un basta a la izquierda en 1973, entre estos comunistas estaba su padre, entonces un brigadier”. Si Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, se había enfrascado hace pocos días en un enfrentamiento verbal con Emmanuel Macron, sus abiertas divergencias con Michelle Bachelet, expresidenta de Chile y actualmente alta comisionada de derechos humanos de la ONU, ha evidenciado lo que parece constituir una línea de expresión política basada en el desafuero y desatino, no solo por las alusiones personales, sino principalmente por el desparpajo con el que Bolsonaro comenta respecto de complejas situaciones políticas en otros países.

Naturalmente, las declaraciones de Bolsonaro causaron un gran revuelo en Chile, entre otras cosas debido a que en días pasados se celebraba (más allá de que muchos digan que no había nada que celebrar) el aniversario 49 del triunfo de Salvador Allende en las urnas, lo que dio origen a los 1.000 días de la llamada Unidad Popular. Isabel Allende, hija del expresidente chileno, no tardó en responderle a Bolsonaro, señalando que sus declaraciones solo demuestran “cuán miserable es” y qué tan equivocado está al respaldar el golpe de Estado de Pinochet. Hay que considerar que en Chile, los recuerdos históricos de Allende y Pinochet siguen inmersos en un debate de altísima intensidad en el cual confluyen posiciones ideológicas irreconciliables, sin que exista la posibilidad de un revisionismo que aporte nuevas luces en el pasado del país del sur. Las ideas del Allende legendario y del Pinochet dictador se han convertido, por décadas, en referentes de visiones diametralmente opuestas de lo que es Chile en la actualidad y de lo que pudo haber sido aplicando determinadas variables.

En esta situación, creo que sin excluir el desafuero, sí resulta trascendente analizar la insinuación que realiza Bolsonaro respecto de cuál hubiese sido el destino de Chile, ¿otra Cuba?, en el evento de que no se hubiese dado el golpe de Estado por parte de Pinochet; el punto es que el allendismo y sus cultores han mantenido la ilusión de una etapa políticamente romántica en la cual todo “brillaba”, y que permitió que por primera vez una propuesta comunista se imponga electoralmente, proceso iluminado que terminó de forma abrupta y sangrienta con el golpe de Estado de Pinochet; el problema es que esa lectura, más allá de excluir cualquier visión crítica, no incorpora la visión totalitaria que tenía Allende en marcada fidelidad con su credo marxista-leninista, lo que en un momento le permitió pregonar: “No soy el presidente de todos los chilenos, soy el presidente de la Unidad Popular”, a la par que introducía reformas económicas de predecibles e ingratas consecuencias.

En todo caso y para lo que el debate amerita, hay que reconocer que las continuas expresiones de Bolsonaro lo convierten, para algunos entusiastas admiradores, en portavoz de una nueva derecha envalentonada, lo cual políticamente es ilusionismo demagógico. Cada país construye su memoria política con base en sus recuerdos y prejuicios, pero en el caso chileno, los juicios de Allende y Pinochet forman parte de un pasado que solo los chilenos lo podrán descifrar. El resto solo contribuye al mito y Bolsonaro hace mal en alimentarlo. (O)