Érase una vez un país pequeño que regresaba a la vida republicana, donde la ley impedía aprobar el Presupuesto Nacional del Estado desfinanciado. Es decir que, o los números cuadraban (ingresos y gastos), o el Congreso Nacional no le daba paso.

Todo marchaba en orden hasta que a alguien se le ocurrió la genial idea (no voy a decir quién porque la historia lo sabe) de crear gastos y hacer proyecciones con los ingresos para poder pagarlos. Desde entonces apareció en nuestra macroeconomía la palabra déficit y desde ahí comenzó la debacle del país, pues desde ese momento se permitió aprobar el presupuesto sin saber cómo cubrirlo, y la necromancia comenzó a ser la principal fuente de financiamiento, junto con el endeudamiento externo e interno, emisiones de bonos, uso de reserva internacional, hasta la prenda de recursos naturales. Ahora vemos todos los años cómo el discurso populista de izquierda, derecha, centro –o de donde venga– se va contra cualquier principio de equilibrio fiscal y nos hunde en un abismo sin fin de miseria, del que nunca vamos a salir, a menos que se remueva a toda la clase política –incluidos todos los modelos y colores– y sea reemplazada por una que desinteresadamente y de forma honesta busque mejores días para la patria.(O)

Carlos Cortaza Vinueza,

abogado, Guayaquil