Señalé en la primera entrega de este artículo lo importante que es distinguir entre lo que cuenta una novela y quién la cuenta. El que cuenta, cuenta de verdad, es un protagonista en el que no nos detenemos frente al peso de la historia. Abordaba eso para distinguir la diferencia entre novela indigenista y novela indígena, es decir, ya no contada, como la primera, por escritores que no forman parte de las comunidades, mientras que la segunda, la novela indígena, sería aquella escrita por los miembros de las comunidades, idealmente en su lengua original. Por supuesto, un novelista no necesita basarse en experiencias propias ni formar parte del mundo del que narra. Su talento queda demostrado cuando supera esa falta de correlación. Pero resulta interesante saber qué se cuenta desde quienes no habían tenido voz hasta ahora. Por eso quiero hablar de Saqapa, del escritor boliviano Jinés Cornejo Endara, publicada en el 2013 y que es considerada la primera novela escrita en quechua.

La novela es el género problemático de Europa. Va contra los excesos racionalistas. Es la gran válvula de escape de Occidente. De allí su grandeza. Tardó siglos en ser reconocida y todavía genera desconfianza. Una desconfianza, digamos, epistemológica. ¿Qué validez de conocimiento puede tener una novela? Durante mucho tiempo fue apenas considerada un divertimento, hasta que a fines del siglo XVIII los escritores alemanes del Círculo de Jena –Schlegel, Novalis– y el entorno alemán –especialmente Friedrich Schelling– la empezaron a validar como un instrumento de conocimiento de primera mano. Sería en el siglo siguiente, el XIX, cuando la novela se convierte en el género rey, especialmente en Francia. París se convirtió en el mismo centro del género, desde Balzac a Flaubert, de Chateaubriand a Stendhal, de Madame de Staël a Aurore Dupin (renuncio a utilizar el seudónimo masculino con el que debía ocultarse: George Sand), de Julio Verne a Víctor Hugo, sin dejar de mencionar el torbellino de las novelas rusas que siguen en primera línea: de Gogol a Tolstoi, de Turgueniev a Dostoievsky y Biely. La novela paseará a lo largo del siglo XX por distintos rumbos culturales: el mundo anglosajón, Latinoamérica, India, y con particular esplendor los últimos años en China y Japón. No quiero pasar por alto que uno de los últimos premios Nobel, el del chino Gao Xingjian, sea un autor radicado en París. E indico París porque la primera novela quechua de la que voy a hablar fue escrita allí, como consta al final de la novela: Kay samarqusqay simi Paris llaqtapi (“palabras que emanaron en París”, en traducción de Lydia Cornejo y Janet Toranzo).

Publicada en Bolivia por la editorial Plural, Saqapa es una novela breve, una nouvelle de cuarenta páginas. La edición es bilingüe. Su título significa El cascabel. Está narrada en tercera persona y se centra en la historia de un pueblo, Millisía, que se queda sin maíz debido a un parásito que provoca una hambruna. Uno de sus habitantes, Phillku Quyllurkanki, evoca la historia de sus antepasados, quienes trajeron las semillas de un lugar remoto, pasando las aguas del río Ch’umis. Decide partir para buscarlas. Aquí empieza el periplo de aventuras del protagonista, a manera de un relato iniciático. Más allá de esto, hay que detenerse en la textura y la manera en que está contada la novela. Cuando llega al torrentoso río Ch’umis, Philkku invoca a sus abuelos para que lo ayuden a pasar. Este diálogo con el pasado es algo decisivo en su cosmovisión. Finalmente, Phillku “logró cruzarlo transportado por el aroma del soplo de su abuelo”. Llega a ver los sembríos de maíz y estos parecen tener vida: “los petálos secos de maíz se metían por el cuello de Phillku y resbalaban por su espalda haciéndole cosquillas. Se sacudió y le dijo al maíz: ‘Oye, no me molestes, estoy cansado’”. El diálogo con la naturaleza es continuo y el tono es mayormente feliz. Pero no ingenuo ni santificador. Los pobladores de Ch’umis son desconfiados y hoscos, no le dan hospedaje –desaparecen los niños pequeños de su poblado– así que Phillku se refugia en una cueva. Allí vive una serpiente enorme, a la que Phillky finalmente mata con la ayuda de los pobladores. Al abrirle el vientre rescatan a uno de los niños secuestrados. Se reconcilian con el extraño, le dan una carga de maíz y le obsequian el cascabel de la serpiente. Phillku vuelve a su pueblo y en el camino un fabricante de tambores le recomienda encerrar el cascabel en el tambor. Aquí la historia pasa a un extraño nivel mítico cargado de resonancias. Phillku muere. En el pueblo los descendientes de Phillku tocan el tambor para que florezca el maíz. Un par de extranjeros pasan por el pueblo y sienten el llamado misterioso del cascabel dentro del tambor y se lo compran al nieto del protagonista. Al año siguiente se dejó de producir el maíz. Los sabios se dieron cuenta del error de haber vendido el tambor, porque el cascabel era el alma del maíz. Así que envían al nieto de Phillku a rescatarlo. Lamentablemente fracasa porque muere en medio de la nieve de los Andes. A diferencia de su antepasado, este nieto ya no sabe cómo invocar ayuda.

He contado la historia completa porque es difícil conseguir la novela. La clave está en los detalles de su narración. Saqapa auguró nuevas producciones de novela en quechua. Hay otra, publicada en Perú, Aqupampa (2016), de Pablo Landeo Muñoz, pero no está traducida al español. Habrá que esperar todavía un tiempo para una novela ecuatoriana escrita en quechua, o quizá ya esté escrita y no haya encontrado editor. En cualquier caso, es un giro interesante para la literatura indígena, enunciada desde su propia voz. Cuando alcancen ese rango de novelas de alto vuelo, habrá sorpresas. No solo serán reivindicaciones o retratos, sino críticas profundas hacia adentro, como siempre han operado las grandes novelas. (O)