Quisiera poder decir algo inteligente con respecto a lo que estamos viviendo, una reflexión que aporte tranquilidad, pero eso difícilmente va a salir de este texto.

En el encierro, nuestra calle o plaza han pasado a ser las redes sociales, si uno lo imaginara físicamente, sería un lugar donde en una esquina estarían los conspiradores, creyentes y divulgadores de macabras teorías sobre el origen y propósito del virus, serían como esos predicadores que proclamaban el fin de los tiempos en el parque Centenario, cuando no tenía rejas. Basados en rebuscadas narraciones y noticias retorcidas, por una curiosa convicción o siniestra diversión, juegan con el miedo de las personas.

En la atiborrada esquina del frente estarían los consejeros de la vida, esos sabelotodo que parecieran estar siempre un paso adelante, con respuestas antes de que nos podamos hacer las preguntas. Qué comer en cuarentena, qué hacer, cómo curarse, cómo vestirse, qué serie ver, etcétera. No dudo de su buena voluntad, o, tal vez, un poco.

En otra parte de la plaza, asomando la cabeza, están los que no se toman nada tan en serio, lanzan memes y chistes sobre la tragedia. Algunos muy graciosos, yo me río con culpa y los comparto a ciertos grupos de WhatsApp, con algo de culpa también, de lo que se desprende que soy algo indolente y poco consecuente.

Más allá estarían unas personas que descubren y socializan cómo esta pandemia nos ha despertado del vértigo hipnótico del día a día. Aparecen en nuestra vida los vecinos, los de verdad, no los de Facebook, y se abren las ventanas para compartir música, para acompañarse, el barrio se hace cuerpo. El encierro nos hizo encontrarnos. Como escribió Slavoj Zizek: “Es difícil perderse la ironía suprema del hecho que lo que nos unió a todos y nos empujó a una solidaridad global, se exprese de tal manera que hay que evitar el contacto entre personas e incluso aislarse”.

Zizek también plantea que esta crisis sería un golpe a lo Kill Bill al sistema capitalista. Cosa que algunos sospechan o piensan y repiten en voz baja en otro rincón de la plaza, desanimados por las medidas preventivas, prediciendo la catástrofe económica que se viene para innumerables sectores, especialmente para las pymes y emprendedores. Pero una tragedia a la vez. La salud primero, el resto se enfrentará luego.

Según Alessandro Baricco, hasta ahora preferíamos ejecutar las cosas rápida y superficialmente, incapaces de concentrarnos, dispersos en una estéril multitarea, siempre pegados a cualquier ordenador, vagábamos por la corteza de las cosas sin otra razón aparente que no fuera la de limitar la posibilidad de una aflicción. Pero llegó ese momento, justo cuando pensábamos que el big data nos había dado el control supremo, este pequeño bicho vino a trastocarlo todo.

Esta columna no tiene un final feliz. Ante la total incertidumbre, solo me queda la sensación de que nos han puesto en pausa. Nos han regalado un tiempo para detenernos un momento, para volver a vernos y volver a hacernos las preguntas importantes de la vida. Eso por ahora. (O)