Una de las tendencias más preocupantes durante esta crisis ha sido la desconexión total de algunos líderes de derecha respecto de la comunidad científica.

Donald Trump, cabecilla del populismo derechista, ha ofrecido un espectáculo de ignorancia e insensibilidad difíciles de creer. Contradiciendo las voces de los expertos incluso dentro de su propio gobierno, Trump ha consistentemente minimizado la gravedad de la situación, insistiendo que está siendo exagerada “por la izquierda” para hacerle daño a “su” economía. A pesar de formalmente reconocer la autoridad de los gobernadores para dictar o remover medidas de distanciamiento social, Trump inició una campaña para socavar su autoridad, brindando apoyo a manifestantes de ultraderecha que creen que las medidas son “socialistas”, “anticristianas” y un truco para socavar la prosperidad capitalista.

Jair Bolsonaro ofrece un ejemplo quizá aún más deplorable. Sus acciones y comentarios hace mucho ya habían dejado claro que era un individuo de poca empatía y de aún menor inteligencia, pero durante esta crisis ha elevado la idiotez de su retórica a niveles literalmente asesinos. En repetidas ocasiones, y en contra de las voces de su propio gobierno, el mandatario brasileño ha intentado minimizar la gravedad del virus, llamándolo una “gripeciña”, un “resfriadito”, y uniéndose a las manifestaciones en contra de las medidas de aislamiento social. La cantidad de desinformación y pseudociencia que Bolsonaro diseminó llegó a tal extremo que incluso Facebook, cuna de las fake news, removió sus anuncios por violar sus políticas relativas a noticias falsas. Bolsonaro está también demostrando una preocupante, aunque nada sorprendente, tendencia hacia al autoritarismo al apoyar presencialmente marchas de radicales que quieren que regrese la dictadura militar.

Un patrón se está volviendo evidente en la derecha populista:

1) Negar la existencia de sólidos consensos científicos, tildándolos de “propaganda izquierdista”, exageraciones, berrinches o conspiraciones.

2) Combatir ciencia con pseudociencia, esgrimir falsos estudios, y repetir ad nauseam cosas carentes de sustento científico.

3) Atacar constantemente a la prensa. Promover una “narrativa alternativa” usando redes sociales o medios de prensa ideológicamente radicalizados a su favor.

4) Confundir el más básico sentido de decencia humana con una especie de debilidad y afeminamiento, como si el negarse a sacrificar vidas para el buen funcionamiento del capitalismo fuese una especie de berrinche inmaduro.

5) Presentarse a sí mismos como “hombres de acción”, que a través de la pura voluntad (no la razón o el diálogo) superan los obstáculos en su camino, ignorando las voces de quienes no tienen “los pantalones” para hacer lo que se debe hacer.

6) Crear conflictos dentro de sus propios gobiernos para poder presentarse eternamente como “luchadores contra el poder” a pesar que son ellos mismos quienes ostentan el poder.

7) Ensalzar opiniones ignorantes para ganarse el apoyo de los ignorantes, que siempre serán la mayoría. Hacerles sentir que su “sentido común” (por más ridículo o peligroso que sea) tiene el mismo peso que la opinión de un experto.

No nos engañemos. Será la ciencia y el imperio de la razón lo que nos hará superar esta crisis. Es la hora de escuchar a la comunidad científica, no la retórica barata de machitos populistas. (O)