Hace unas semanas recibí un mensaje telefónico de una persona desconocida diciendo que yo era negativa y no sabía resaltar lo bueno.

Me resulta difícil poner buena cara a estos tiempos, pero no suelo achicarme ante un reto, así que le dedico la siguiente apología a la viveza criolla, aunque habría preferido que el emisor o la emisora se identificara, como debe de ser.

Ante todo, debo decir que si antes en Quito la queja generalizada era que no había alcalde, hoy se siente su presencia más que nunca. En especial, su figura resalta entre todas las demás cuando día tras día su apellido se destaca de manera prominente en titulares escandalosos. Al menos en ese rubro, dicha ciudad ya no se ve opacada por ninguna otra en el país.

Antaño, la soledad del poder era el trágico precio a pagar por salir victorioso en una contienda electoral. El alcalde de Quito ha demostrado que no solo superó sus propias expectativas al salir electo, sino que ejerce el cargo debidamente acompañado de una nutrida barra de amigos y parientes. Nunca antes el ecuavoley había estado en la punta de la lengua de tantos –por poco resulta tendencia en Twitter– y solo le podemos agradecer a Jorge Yunda por ello.

Mientras hay alcaldes que producen rabia o frustración, la mayor autoridad del Distrito Metropolitano de Quito casi provoca ternura.

De su paseo por el sur de la ciudad para poner la primera piedra de un hospital cardiológico para el cual no tenía ni los fondos ni la competencia, pasó a alimentar perritos en las calles. No, perdón, de la emoción le confundí con el prefecto de Azuay, quien también hace méritos y por tanto habremos de regresar a él.

Yunda es tan activo y dispendioso que realmente dio gusto verle ir a recibir en persona decenas de miles de pruebas para COVID-19 en el aeropuerto, no importa que sirvan poco pues no se pueden procesar con la rapidez necesaria. Tal vez podemos aprovechar para, usando matemáticas simples, realizar una comparación entre el costo millonario de este simulacro con el potencial beneficio de no tener alcalde en absoluto.

Hay que darle crédito al alcalde, quien como el ave fénix renace cada día para tratar de convencernos de que él no es más que una víctima de la burguesía. Sobre todo, hay que envidiar su vívida imaginación. Mientras en la vida real un país vecino ve caer una avioneta con un prófugo de la justicia ecuatoriana, Yunda urde una trama de espionaje a la altura de restaurante cinco tenedores, aunque acompañada de chicharrón con huevo.

Qué sagaz, qué locuaz, qué audaz. Nada se le escapa, todo lo puede. Le basta concentrarse en el aquí y el ahora, en el balance de lo ganado frente a lo perdido, para despejar la densa nube de putrefacción que le rodea. Mientras los habitantes de Quito permanezcan golpeados por la crisis económica y la pandemia por COVID-19, le será fácil coronarse como campeón del vacilón. Pero no olvidemos que la desdicha de unos es la alegría de otros, así que llegado el momento tampoco será difícil para los quiteños darle la vuelta a la tortilla para tener mejores razones para celebrar. (O)