¿Quién no vio la serie o la película Los intocables? Ambas se inspiraron en la historia real de Elliot Ness, joven agente del Tesoro estadounidense que, liderando un grupo de agentes, luchó contra las mafias del contrabando de alcohol en Chicago, la ‘capital del crimen’, durante el periodo de la ‘prohibición’ o ley seca en EE. UU. En la década de los 20 del siglo pasado, la corrupción había infestado a Chicago contaminando autoridades, políticos, jueces, mandos policiales. Las mafias lo controlaban todo, lideradas durante largo tiempo por el más mediático gánster y contrabandista de la historia norteamericana, Al Capone, quien se jactaba de ser capaz de comprar a cualquiera porque, según él, “cada hombre tenía su precio”.

El Gobierno federal de Chicago encargó a Ness las operaciones relacionadas con el contrabando de alcohol. El principal obstáculo que debió franquear Ness fue identificar a los agentes que lo acompañarían en su labor, aquellos cuya lealtad y honestidad no tuvieran precio. En medio de una descomposición total, en que la policía estaba sometida por dinero o por miedo a los designios de las mafias, le fue difícil encontrar a quienes reunieran esas características. Debió buscar agentes fuera de la ciudad, seleccionó cincuenta, luego quince, para finalmente quedarse con nueve. Los fallidos intentos de Al Capone de sobornar a Ness y al grupo de sus agentes hizo que la prensa les diera el apelativo de “los incorruptibles”.

En estos tiempos nos preocupa pensar que en nuestro país todo esté tan descompuesto y en todos los estamentos que esperar justicia sea una utopía. Como en el Chicago de Al Capone, muchos tememos que las mafias y sus tentáculos alcancen a jueces, policías, políticos y demás, para garantizar la impunidad a quienes atracan, estafan, desfalcan, asesinan. Mafias que están protegidas y fortalecidas porque muchas de sus cabezas están también a la cabeza de las instituciones que deberían desmontarlas.

¿Cómo encontrar o identificar a nuestro equipo de “intocables”, que nos brinde la confianza de que no será sobornable? ¿Cómo evitar que seamos burlados con pseudocondenas a chivos expiatorios para esconder a los “de cuello blanco”, a aquellos que permanecen en la sombra o con auras de pulcritud y honestidad, pero con el suficiente poder para mover los hilos de la justicia a su conveniencia?

Tal vez la fiscal general, Diana Salazar, sea la versión ecuatoriana femenina de Elliot Ness, luchando contra mafias lideradas por modernos Al Capone que creen que “cada hombre tiene su precio” y se han infiltrado por todos lados.

Diana Salazar ha devuelto la confianza en una Fiscalía General venida a menos por el dudoso accionar de los anteriores fiscales. Debemos garantizarle el apoyo y protección que su arriesgada tarea exige. La valentía demostrada para enfrentar a mafiosos de alto calibre, tanto o más peligrosos que Al Capone, es admirable y pocos la tendríamos.

¿Contamos con “los intocables” que la acompañen en desbaratar estas mafias, que, además, pretenden llegar a gobernar para consolidar un Estado mafioso que las proteja de ser identificadas y desmontadas? (O)