No es nada nuevo ni tampoco extraordinario que tengamos a la vista una decena de candidaturas presidenciales. Así ha funcionado el Ecuador desde la transición a la democracia desde finales de los años setenta.

Entonces, hay una regularidad en términos de cultura política, es decir, la manera como los partidos promocionan a los políticos, los mecanismos de democracia interna en las organizaciones para seleccionar a los contendores (si es que los hay), la tolerancia ciudadana ante este fenómeno, la paulatina predominancia de los estudios de mercado electoral (encuestas y sondeos), el branding o la construcción de marcas.

Una primera lección: cada vez se fabrican más candidaturas y menos cuadros para el servicio público.

Ante esta realidad hay varias posiciones reiterativas por parte de diversos actores y sectores.

Una, en la que se critica el número de candidaturas, dejando de lado el hecho de que no sería un problema el número si hubiese calidad en todos quienes postulan (escenario ideal). Por lo general, ocurre lo contrario: se vota por el menos malo.

Otra postura razonada es el rechazo al número de organizaciones políticas. ¿Cómo es posible que en un país de 17 millones de habitantes haya casi 300 tiendas, entre partidos y movimientos, todas jugando con las mismas reglas, como si fuese igual una organización cantonal de otra regional y nacional?

Y la perspectiva más reiterativa, pero que se agudiza con los años, la crítica hacia los partidos, sin que haya todavía otra forma de intermediación entre el Estado y la sociedad. Algo así como si los partidos fuesen “un mal necesario”.

En este contexto, la legítima aspiración electoral de los candidatos se ve rebasada por el mundo del mercado electoral, la propaganda, la farándula (en muchos casos) y el big data o manejo y análisis de volúmenes incuantificables de información que las personas dejamos en las redes sociales para que los asesores políticos establezcan estrategias para persuadir a los votantes.

De lo último, no hay mejores ejemplos que las campañas de Donald Trump y Jair Bolsonaro sin perder de vista los brotes de campaña sucia y fake news. En esto, Ecuador no es la excepción. Acá, se comenzó a cambiar la fuerza de las ideas por bazucas, brindis virtuales y frases grandilocuentes con golpes de efecto.

Ante la decena de candidaturas, la única ruta posible y que funciona como vacuna electoral es el buen uso del voto. La receta es vieja, pero muy pocas veces se aplica con eficiencia. El pueblo se equivoca y de eso, los estudios del populismo, partidos políticos y calidad de la democracia nos dicen mucho.

Exigir a los candidatos propuestas, estudiar sus hojas de vida, así como las de su equipo, analizar de dónde proviene el financiamiento, reflexionar acerca de las alianzas, la manera como conciben la democracia y la sociedad son elementos esenciales para dar el voto.

En tiempos de pandemia, la exigencia ciudadana a los partidos debe ser mayor, pues la política exige ética, técnica y sensibilidad. (O)