Según cálculos de organizaciones internacionales, a Ecuador llegaron alrededor de 350 000 venezolanos en los últimos años, mayoritariamente en 2018, que continúan aquí. De los 165 000 “regularizados” este año por el Estado, seis por ciento ya tiene hijos nacidos en el país. Es decir, probablemente al menos 5000 niños que ya no son solamente venezolanos sino ecuatorianos, pues tienen derecho a esta nacionalidad.

Esto supone algunos dilemas morales que van de la mano de obstáculos legales. Por una parte, cuando se dice que los venezolanos quitan trabajo a la población local, hay que saber que un número considerable está luchando por dar de comer y criar a niños ecuatorianos. Por otra, si madre y padre son venezolanos, deben empezar un trámite adicional, con costo, si quisieran o tuvieran que quedarse a vivir en el país de sus hijos. El limbo legal y laboral en el que se encuentran, de por sí, provocan ansiedad en la familia y, en especial, en los niños mientras van creciendo. A esto añadamos que, al perder el estatus de refugiados, aunque sus condiciones de vida sean las mismas, dejan de obtener una mínima protección social, mientras que tampoco pueden ejercer derechos políticos porque legalmente solo están de visita.

Esto significa que pueden ser convenientemente ignorados por los personajes variopintos que se pasean de radio en radio en el país para decir que la “ciudadanía” no está de acuerdo con tal o cual cosa, pues no votan, aun cuando equivalen al dos por ciento de los habitantes. El problema es que el bienestar de todos depende también del bienestar de nuestros “visitantes” alojados en el país.

Entre ellos no se encuentran solo los vendedores de bebidas energizantes apostados en las ciudades, sino víctimas de trata de personas, por ejemplo. Otros tantos se ven obligados a aceptar condiciones casi de esclavitud, como muchos ecuatorianos, y trabajo sexual de sobrevivencia. Y, aparte de los 5000 niños que ya gozan de la nacionalidad ecuatoriana, hay también jóvenes que continúan en tránsito por el país y no están recibiendo educación.

Por supuesto, nada de lo que narro es diferente para miles de ecuatorianos, pero no por eso tenemos que dejar de tener especial consideración por personas que aquí están en la misma situación que muchos compatriotas en el extranjero. Y es de sociedades avanzadas no imitar a los países que peor tratan a los migrantes, sino lo contrario.

Porque lo práctico se opone a lo moral y lo humano, las soluciones no son fáciles. Aun con una frontera blindada como en los países escandinavos, el “problema” no se vería resuelto pues sería miserable dejar a miles de personas que escapan de un régimen represivo agolpadas al otro lado del puente Rumichaca. Al mismo tiempo, aquí no hay trabajo adecuado, presupuesto suficiente para salud o educación, y garantías civiles y legales que nos permitan a todos desarrollarnos con necesidades mínimas satisfechas.

Mientras partidos y movimientos sigan escogiendo a dedo a cantantes y locutoras deportivas que se “rodean de connotados juristas” como candidatos, se pudren con nosotros los venezolanos que se encuentran en el país. (O)