Cuando era niña viajaba a la playa con mis padres. En el camino llamaban mi atención unos pájaros grandes y oscuros que rondaban los lugares donde hubiera basura o animales en estado de descomposición. Estos gallinazos y buitres, supe después, alimentan a las crías a través de la regurgitación y su descendencia les asegura la permanencia en nuestra región.

Como todo ser vivo, los buitres cumplen un rol en el ecosistema, reciclando desechos. Según un documental de la BBC de Londres, estos pajarracos tienen gran apetito, respiran en atmósferas enrarecidas, no tienen fronteras si de empacharse se trata, son de altísimo vuelo, buscan a sus presas en época de sequía cuando estas son más vulnerables, tienen una orina muy potente que les otorga inmunidad, y recorren miles de kilómetros siguiendo torres y cables de alta tensión, donde incluso anidan, con peligro de electrocutarse.

El misterioso inconsciente, responsable de cualquier asociación, trae a mi mente la imagen de los grotescos pájaros cuando leo algunos nombres de candidatos a cargos públicos para las elecciones 2021; cuando veo que títeres políticos se alistan para mercadear sus controvertidos partidos; cuando escucho a C. Litardo reconocer que la mitad de legisladores tendrían cuentas pendientes con la justicia; cuando observo que asambleístas cuestionados integran aun la comisión fiscalizadora; cuando me informo de las obras con sobreprecio, los diezmos, el tráfico de influencias, las empresas fantasmas, el reparto de hospitales, el mal uso de carnés de discapacidad.

En el cuento El buitre, Franz Kafka narra la historia de un buitre que volaba en círculos sobre una persona, picoteando primero sus zapatos, luego sus medias, y por último sus pies. Un hombre que pasaba por allí quiso ayudarlo y le preguntó por qué toleraba al buitre y no luchaba contra él. El personaje respondió que, a pesar de intentar espantarlo, el buitre seguía atacándolo. El hombre, entonces, ofreció pegarle un tiro al animal. El buitre, que los había escuchado, se acercó, retrocedió para darse un último impulso y encajó profundamente su pico en la boca del protagonista, cayendo este de espaldas. Contrario a lo que uno pensaría, el personaje, al caerse, se sintió liberado porque al menos, en su sangre, el buitre terminaría ahogándose irreparablemente.

Borges tenía razón cuando escribía que Kafka solo podía soñar pesadillas y no ignoraba que la realidad se encarga sin cesar de suministrarlas. Porque nosotros, mujeres y hombres valientes, guerreros y decentes, vivimos hoy una interminable pesadilla. Nos encontramos indefensos y abrumados, rodeados de inquietas aves de rapiña alistándose para el nuevo atracón.

Más allá del relevante trabajo de los periodistas F. Villavicencio y C. Zurita sobre varios casos de corrupción y de la firme posición de la fiscal general Diana Salazar para combatirla, transitamos por la tierra de nadie, curiosamente, durante el Gobierno de Todos. Y es que, como afirmaba Z. Bauman: ¡Qué seguro y cómodo, acogedor y amistoso parecería el mundo si los monstruos y solo los monstruos perpetraran actos monstruosos! (O)