Que la pandemia traería un renacer espiritual donde lo material y el egoísmo darían paso a la solidaridad, la paz, a una conciencia ética, ambiental, al equilibrio de cuerpo, alma y espíritu renovado después de la prueba, se decía. Sin embargo, pese a varios gestos de ciudadanos, organizaciones y la labor de varias autoridades para ayudar a los más vulnerables, la contingencia desnudó, en muchos casos, traumas, odios, codicias, racismos, xenofobias, abuso de poder, indolencias con la misma naturaleza.

En paralelo al COVID-19 se activaron otras ‘pandemias’, como femicidio, corrupción, delincuencia. Afloró la deshonestidad en la política, en algunos jueces de fallos vergonzosos, comerciantes especulando con pobres que intentan pararse del golpe fulminante a su mísero presente. Esto incrementa su temor y desesperación, deteriora su salud mental. La Organización Mundial de la Salud señala que esta comprende un estado de completo bienestar físico, social y mental; no solo la ausencia de enfermedades. Va asociada con promoción del bienestar, prevención de alteraciones mentales, tratamiento y rehabilitación. ¿Cómo lograrlo con tanto elemento conspirando en contra?

Inestabilidad económica, social, política; problemas educativos; inseguridad pública y social, sobreestresan a una ciudadanía que siente desamparo estatal, se aflige por las deudas y el esquivo pan para sus hijos; a empresarios presionados por una economía estancada, oponiéndose a impuestos anticipados; a médicos y maestros exigiendo sueldos y mejores condiciones; estudiantes azarados por su futuro; a ciudadanos exigiendo el actuar de la justicia en instituciones tomadas por la corrupción.

La delincuencia se torna más cruel; crece el consumo de drogas; el estrés por tecnofilia y nomofobia; temor al despido laboral; recrudecen los femicidios y los suicidios en varios grupos etarios, incrementados en Ecuador con la pandemia, según el Instituto de Neurociencias. Triste realidad de una salud mental averiada en un difícil escenario global. El Gobierno señala haber atendido con telepsicología y telepsiquiatría a 82 000 ciudadanos hasta junio, por medio de la línea 171 y la página coronavirusecuador.com. ¿Se hace seguimiento para una terapia integral?; ¿cómo se les sana el miedo y la desesperanza sin resolver las causas que las provocan?, ¿cómo garantizar programas eficaces si recortan presupuestos en sectores claves?

Persiste el miedo al COVID-19, pero también a las otras ‘pestes’. La campaña mediática del Gobierno sobre su “buena” gestión que augura mejores días no convence a un pueblo fragmentado, sin esperanza en un futuro en manos de políticos; aunque algunos esperan al ‘salvador’ con la vara mágica para recomponer una nación enferma y desencantada; más aún ante ciertos candidatos que, en democracias serias, deseosas de superar sus crisis, no calificarían como tal. Se necesitan políticas públicas efectivas para atacar de raíz este flagelo. No se escuchan propuestas al respecto por parte de los candidatos. Como país debemos hacernos cargo seriamente de la salud mental social, si no habrá más violencia, más suicidios y desquiciados por doquier. (O)