Eran apenas las dos de la tarde cuando decidí regresar a Guayaquil. Empecé a manejar muy despacio por la carretera vía a Mar Bravo, esa que pasa por la nueva terminal aérea de Salinas.
En la playa había poca gente. La falta de recursos no permite viajar, pensé, bueno, es apenas el primer fin de semana de placas libres y aunque cueste, es importante ir a la Península para apoyar el consumo de bienes y servicios y así apalancar la economía. Casi me sentía orgulloso de haber viajado. Ya en la carretera principal noté más vehículos, especialmente al juntarse la caravana que venía de Playas. Pasaron unos minutos después del control de Progreso y vi en la carretera a dos oficiales de la CTE (Comisión de Tránsito del Ecuador) que me hacían señales. Paré, un oficial con mascarilla se acercó a mi ventana y me pidió mis credenciales y matrícula. Primero me aseguré de que todos estábamos con la mascarilla puesta. “Usted ha conducido a exceso de velocidad”, me dijo; otro oficial me acercó una tablet electrónica. Realmente no recuerdo si en algún momento pasé el límite de velocidad; lo que sí recuerdo es que debí acelerar para pasar a vehículos que cómodamente se quedaban en el carril izquierdo y no dejaban pasar. Un buen conductor pasa por el carril izquierdo y no por el derecho. La política de educación de conducción de vehículos en Ecuador está equivocada, castiga el mínimo exceso de velocidad, cuando lo importante es castigar las malas maniobras de conducción en carretera, o sea las que ponen en peligro a terceros. Es asunto de educar y no de recaudar. Exijamos que la CTE ponga patrulleros a circular en las carreteras, que cuando observen alguna mala maniobra o violación de conducción que ponga en peligro a terceros detengan y multen a los infractores, pero explicándoles el porqué. (O)
Luis Chiriboga Biaggi, doctor en Jurisprudencia, Guayaquil