Hay un video de Gustavo Cerati que es un homenaje involuntario a Guayaquil. Cerati va camino al concierto que dará con Soda Stereo en esta ciudad y le dice a uno de sus compañeros: “Me vuelve loco eso de ‘Viva Guayaquil ¡Carajo!’, ¿viste?”. Más tarde, gritará en el estadio: “¡Viva Guayaquil, carajo!” frente a la ovación de miles de fans guayaquileños.

Una de las mejores definiciones de lo que significa ser guayaquileño la dio el actor y filósofo urbano Andrés Crespo. En su ya célebre entrevista en Castigo divino, Crespo cuenta: “En Guayaquil las personas son superrápidas y cálidas con tu problemática… Es como mi prima Daniela la llama a mi prima Camila. Le dice: ‘Camila, ¿qué estás haciendo?’. ¿Y sabes lo que le contesta Camila? ‘¿Dónde? ¡Dónde!’. Eso es Guayaquil... ¡Dónde! ¿Dónde nos vamos a sentar?”.

Ese “Dónde” resume muy bien una de las mejores cualidades de los guayaquileños: ir al grano, ser concretos, rápidos, definir las cosas, sin ambages, sin lambonerías, sin ataduras, libres.

Ahora que nuestra ciudad celebra 200 años de independencia, escuchamos y leemos por todos lados homenajes a su belleza, su río, su malecón, sus parques, a esto y lo otro. Y la verdad es que, si bien Guayaquil tiene barrios y lugares atractivos, no es una ciudad que destaca precisamente por su belleza arquitectónica, tiene asfalto de más y árboles de menos, y varios monumentos espantosos.

Pero a pesar de eso, Guayaquil tiene su encanto especial, su sabor, su esencia. No se trata de un parque, un barrio, una calle en particular. Se trata de su gente. Y sí, suena a cliché destacar a la gente de un lugar. No hay homenaje a cualquier ciudad que no hable de la amabilidad, del calor y de la generosidad de su gente. Pero aquí hablamos de algo muy particular del guayaquileño, de esa capacidad de ser directo y concretar las cosas, ese “dónde”, que se define en esa naturaleza independiente para tomar sus propias decisiones, para tener el control de su propia vida, no depender de terceros, no esperar que otros les resuelvan sus asuntos. En definitiva: esa necesidad y voluntad por ser libres.

El escudo de Guayaquil lo dice claro y fuerte: “Por Guayaquil independiente”. Llevamos esa independencia en las venas. Entendemos que nadie hará las cosas por nosotros. Buscamos esa independencia frente al Estado central, sus trabas, su burocracia, su centralismo. Los chicos en los colegios y universidades hacen planes para abrir su negocio propio, no para conseguirse un puesto en algún ministerio u oficina pública. Tenemos claro que nadie nos regalará nada. Que si queremos salir adelante, toca trabajar, sudarla, ganar por nuestros propios méritos.

Por eso, en estos 200 años de Guayaquil independiente, más que hacer homenajes a un lugar físico, es en su gente, la de ayer, la de hoy, la de mañana, en donde se centra el orgullo de esta ciudad. Hombres y mujeres que salen adelante con su propio esfuerzo, que no agachan la cabeza. Gente que cuando grita “Viva Guayaquil carajo”, está gritando: somos libres, somos independientes, y lo seremos siempre. (O)