Estigma social es una expresión acuñada por el sociólogo norteamericano Ervin Goffman en 1963, y que se define como el rechazo social por características o creencias que van en contra de las normas establecidas. Las personas estigmatizadas son devaluadas, desvalorizadas, incluso rechazadas. En su gran mayoría experimentan discriminación, ataques y estrés psicológico.

La discriminación tiene lugar cuando los individuos o las instituciones privan injustamente a otros de sus derechos y oportunidades debido al estigma. Puede tener como consecuencias la exclusión o marginalización de personas y la privación de sus derechos civiles, como al no acceso de bienestar, que incluye el consumo cultural, una vivienda justa, oportunidades laborales, educación integral y una plena participación en la vida cívica. En la actualidad, bajo esa premisa vivimos paradójicamente inmersos en una sociedad estigmatizadora, en donde la preparación, ética y valores no importa, da lo mismo tener conocimientos como no tenerlos, incluso si los posees puede ser motivo de rechazo; donde los derechos, la justicia, el respeto, la ética, la dignidad y la democracia se diluyen.

Un estudio realizado determina que la sociedad fija sus prácticas culturales en la imitación, improductividad, impunidad, indiferencia, inequidad, intolerancia, irrespeto, odio, parcialidad, mentira, entre otros, ganando cada día más espacio de influencia en las organizaciones e instituciones. Provoca un entorno en el que los valores son palabras echadas al viento, en el cual se violenta a las personas a cada rato, en que la dignidad, la ética no cuentan y todo se vale para mantener un estado de confort. Un sistema que se aprovecha de los más vulnerables, que toma como referentes de opinión a personajes mediáticos (influencers), será una sociedad hueca que explota, destruye, arrasa y desintegra cualquier esperanza de un futuro mejor para las nuevas generaciones. Sin embargo, considero que no todo es desesperanza, todo se puede revertir, y dependerá de tomar acciones claras y urgentes. Por ejemplo, una tarea necesaria es despolitizar y reivindicar el valor de la cultura y educación como un derecho, como una alternativa para lograr cambios positivos y empoderar las buenas prácticas.

La cultura crea educación y la educación crea cultura. Veamos a la cultura como un sistema dinámico y complejo que se ordena y desordena para avanzar a un nuevo orden de democracia, equitativo, de inclusión, sustentable y de desarrollo. Una cultura que se fusione con la educación para ir más allá de un proceso de enseñanza y aprendizaje y que tienda a un sentido espiritual y moral, siendo su misión la formación integral de las personas, impulsando la meritocracia, los valores, la diversidad y diferentes reflexiones en marcos culturales, sociales, históricos, ente otros, con el fin de generar reales transformaciones.

Es hora de cambios profundos que solo se podrán realizar con la participación determinante desde las comunidades, con memoria social e histórica, reconociendo la diversidad, la dignidad que les asiste a las personas para ir a una sociedad humanizada sin estigmatizaciones. (O)