La armada pesquera china, unas 340 inmensas embarcaciones que en agosto rodearon las Galápagos, siguieron rumbo a Perú, donde la opinión pública estuvo tan impactada como la nacional: la sensación de que se llevaban todo ser vivo de las aguas. En octubre le tocó el turno a Chile.
La presencia de la flota en las cercanías del Ecuador motivó a algunas organizaciones ambientalistas, entre ellas Más Galápagos, a pedir la ampliación de la reserva marina de las Galápagos.
En el imaginario público, ambas cosas están relacionadas: ampliar la reserva y así proteger al atún, al calamar gigante y los tiburones de la flota china. Pero no. Lo uno no tiene nada que ver con lo otro. La reserva es de 40 millas marinas. Ahí solo pueden pescar embarcaciones artesanales y deportivas. De las 40 a las 200 millas, que es hasta donde llega la zona exclusiva del Ecuador, puede pescar únicamente la flota nacional. Pasadas las 200 millas, son aguas internacionales, y todo el mundo puede pescar, dentro de las normas de Convemar. Los chinos están fuera de las 200 millas. Y como hay 200 millas alrededor de las Galápagos y 200 millas desde el continente, esto deja una franja entre ambas zonas exclusivas donde se ubican las naves chinas, y no se puede hacer nada, excepto vigilar que no se metan dentro de las zonas exclusivas. La ampliación de la reserva a 80 millas no afectaría a los chinos sino a la flota atunera nacional, a la industria conservera que se ubica preferentemente en Manta y Posorja y las exportaciones de atún, el cuarto rubro en importancia después de petróleo, banano y camarón.
La flota nacional pesca justo fuera de las 40 millas, porque las islas son favorables a la alimentación del atún. Son las únicas en el Pacífico oriental, a diferencia del Pacífico occidental (Asia), donde hay numerosos archipiélagos y por lo tanto más atún que en América tropical. Tailandia es el primer productor mundial, con costos más bajos que el Ecuador. Nuestro país es el segundo exportador mundial. La pesca en el Pacífico de América está rigurosamente reglamentada, hay cuotas de pesca y periodo de veda.
Si se amplía la reserva marina, nuestra flota atunera pescaría menos, sus costos serían mayores. Debido a restricciones en el mercado de EE. UU., que protege a sus dos fábricas de enlatados en Samoa Americana, la industria atunera nacional subsiste gracias al acuerdo con Europa. Pero últimamente la Unión Europea se está abriendo al atún asiático, tailandés y filipino, que le quitan mercado al atún nacional.
El movimiento ecologista mundial brinda un gran servicio, creando conciencia ambientalista y asegurando que cada vez el hombre impacte menos a la naturaleza, se controle el calentamiento global y detenga la extinción de especies. Pero en su celo los ambientalistas abogan por causas extremas. Los 7.800 millones de terráqueos nos moriríamos de hambre si no pescamos atún, si prescindimos de camaroneras para preservar inmaculados los esteros, si no tenemos plantaciones de banano y otros cultivos, porque el monocultivo atenta contra la diversidad y promueve las plagas. No habría sociedad avanzada sin minas de hierro y cobre, ni extracción de petróleo.
La ampliación de la reserva marina sería una exageración. Y a la flota china no se le movería un pelo. (O)